Casi las diez de la noche. El segundo tiempo
no se juega en los florares de Macasta,
sino donde saben saciar y satisfacer,
colmar y paladear los diversos sabores
en los deleites del café Hijón.
No es exclusivo, pero sí un aguadero
en medio del frondoso bosque
y la delicadeza de un rincón singular
con el marchamo firmado en serigrafía.
El protagonismo es común,
pero la visualización y los mimos
están centrados en el decano Onofre Rojano,
ojalá que por tiempo indefinido.
Alrededor se vocea, se cruzan las miradas
y hasta se curiosea y se indaga.
Fotos y brindis y un compartir
que hace festivo lo rutinario del día a día;
fuera se hace persistente la humedad
que todo lo distorsiona
y a veces es niebla que nos aísla,
aún más, de los padecimientos ajenos.
Alegres del roce y convivencia,
las despedidas inacabables
y la concordancia del acompañamiento posible;
en un táper, algunas viandas
que serán entregadas al habitante de un soportal
que hace guardia a sus escasos bienes
gesticulando con agradecimiento.
Poetas sí, más no genios engreídos.
Poetas, pero no divinizados,
sino sensiblemente humanos, gente sencilla
que late por las vísceras de lo social.
Tiene que ser muy ameno y enriquecedor tener un lugar donde reunirse y compartir vivencias y otros asuntos con personas diferentes...yo lo disfrutaría mucho. Saludos
ResponderEliminarSinceramente lo es. He tenido la suerte de ser socio de esta institución literaria que este año cumple su 75 aniversario de vida.
EliminarUn abrazo.