En mi juventud también estuve enamorado
-como otros muchos-
de Marisol, de Audrey Hepburn
y una larga lista de la fascinación que el cine
acercaba a mi efervescencia
-como otros muchos-
y me invitaba a soñar
de forma distinta a lo que poco antes
habían sido los cuentos de la abuela.
Un día, nos cruzamos las miradas,
no era del mundo del celuloide,
sino real, vivía en una casa humilde,
-como yo-
pero su mirada era todo complacencia.
Llegué a pensar que era silente
producto cinematográfico
por su radiante sencillez y luminosidad;
pero no sabía de escaletas,
ni de camerinos; aunque se interesaba
por la peluquería como profesión,
y en sus sueños no había celuloide.
Desde entonces fui yo quien giró la mirada
y puse mis ojos en aquella virginidad
real y accesible, noble y de los mío.
En mi juventud, el verdadero enamoramiento
llegó de la mano de la misma llaneza
que desde entonces acompaña mi vida,
tanto en las tormentas como en las bonanzas.
No se si ahora nuestros nietos se enamoran de las actrices de cine o de las que salen en los videojuegos.
ResponderEliminarSaludos
Tampoco tengo esa información, Emilio. Lo que es notorio es que pertenecemos a tiempos distintos.
EliminarUn abrazo.
Tu poema nos muestra etapas de la vida, donde el sentimiento madura al son de valores internos y personales...Hoy, perdidos los valores, quizá todo son apariencias frívolas, que crean castillos de arena...No obstante, confiemos en que todo no está perdido...los jóvenes estudian, piensan y sienten...y también maduran, Francisco.
ResponderEliminarMi abrazo siempre, amigo poeta.