El amor no muere nunca,
como no muere la codicia en el avaro
o muere el hambre transitoriamente
para renacer poco después.
Muere la apatía, muere la desidia,
muere el desinterés, muere la pereza
y muere todo lo transitorio,
cuando deambula y se asoma al barranco
donde se agravan los efectos de la gravedad
como suma negativa
que hace imposible volver a elevarse.
El amor no es cosecha terrena,
no germina en un laboratorio
ni se cultiva en invernaderos
sino en lo cotidiano de la vida.
Es una herida dulce en el alma
y no hay ciencia ni patólogo
que pueda liberarla ilusamente,
como tampoco es posible
diseccionar cuerpo y alma
y hacer de una dos unidades.
Tampoco es posible suturarla
y correr el velo de negra sombra
por el que se despeña el desamor
y cuyo traumatismo dura por siempre.
No, el amor no muere nunca,
si en verdad es amor inmaculado.
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