A Isabel Barrio
En el monótono colorido de la plaza,
con la altivez sencilla de exclusividad
que solo posee el cristal inmaculado...
Ella, sobre sus tacones, sobre su talle
más que infinito casi inmarcesible
hasta el mismísimo vértigo.
No era perceptible por los aledaños,
ni siquiera un eco remoto de clamor
alertaba de su exclusiva presencia.
Era requisito doblar la esquina
y darse de bruces con su estado
para ser atravesado por su espada de luz.
Me resultó inaccesible, inalcanzable,
fuera de la dimensión de mi calibre;
pero mis labios no dejan de soñar
en el tacto húmedo y aromático
que supongo a sus pétalos de fuego,
en los que con gusto ardería
embriagado de dicha por mi fortuna.
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