Se había convertido en algo insaciable.
La joven, con los pies desnudos,
paseaba la orilla al amanecer
soñando en recolectar las medallas
y el gota a gota del ajuar de los Titanes.
Parecía un trastorno,
pero estaba más en la talla de la obsesión:
la mar generosa devuelve
lo gestado en sus profundidades
y lo arribado y transformado
con el incesante martillo de sus aguas:
dádivas generosas y luminosas como sueños.
En cada pieza un mundo erosionado,
una talla genuina donde duerme el tiempo
a punto de sal.
De la virginal entraña de los mares,
un artesanal ejército de seres minúsculos
trabajando sin descanso
para brindar cristales pulidos y cantos romos.
La luz del alba otorga a cada pieza
el barniz oportuno con el que herir la curiosidad
y aquello que comenzó siendo ocio
se hizo en ella médula central de su vida.
Ella es sed insaciable
de la belleza que escupen los mares,
pero tiene que domeñar sus ansias
pues la mar solo esculpe según su capricho.
Alguien lanza o estrella una botella
y los pedazos los arrastra el mar,
tras digerirlos y hornearlos
en el taller de las olas,
devuelve una turmalina, o una esmeralda,
o la piedra preciosa que no alcanzaste a soñar.
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