Sombrero rojo,
un tocado amapola
de pétalos ampulosos
─cuyos estambres son tus ojos─,
tendencia al desmayo
que se despeña hacia los
hombros
y los mantiene enhiestos.
A tus pies, París.
París rendido a tus pies
y tu mirada delineando perspectivas
por las copas verdes
que dibuja el boulevard.
En la inmediatez,
La vecindad conquistada;
al frente, el Arco del
Triunfo,
premonición de tu devenir
de asedio y asalto.
Desde el promontorio,
tu mirada anegando la ciudad
sin disposición a la
resistencia.
La imagen y el poema hacen un conjunto perfecto, parece un sueño.
ResponderEliminarAbrazos.
Muchas gracias, Rafael, por tus palabras.
EliminarUn abrazo.
Como sacada de una película de finales de los 60. Una imagen -como se dice ahora- con "glamour". París rindiendo pleitesía a una bella dama, posiblemente "notre dame".
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
"Notre Dame" y su belleza intimidan a París, como emocionó y motivó al viejo poeta para contar los acontecimientos. Muchas gracias, Cayetano.
EliminarUn abrazo.
Bello poema. Enhorabuena. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Amapola Azzul.
EliminarUn abrazo.
Cualquier ciudad se rinde a los pies de una mujer elegante, con ese sombrero rojo nunca podría pasar desapercibida.
ResponderEliminarBesos
Como yo mismo quedé rendido ante esta imagen y la guardé hasta una buena ocasión que ha sido esta.
EliminarBesos.
Estoy tratando de imaginar lo que la dama de sombrero pensaría en el momento de la foto y lo que pensaría si escuchara tus versos.
ResponderEliminarUn abrazo anisado.
Sería interesante, pero me quedo con tu comentario, siempre tan entrañable.
EliminarBeso ansiado.
Paris deja huella tal que una dama amapolada observando la belleza de la ciudad del amor y la luz.
ResponderEliminarSin duda te ha inspirado maravillosamente y la imagen la borda.
Más besos.
Mil gracias, Marinel. Un abrazo de domingo.
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