Para un blanco, tener la negra
significa algo así como tener el santo de espaldas o lo que es lo mismo estar
acosado por la mala suerte; pero qué lejos están nuestros pensamientos de esas
criaturas subsaharianas en este y en otros muchos temas. Me gustaría saber qué
piensan ellos de nosotros, de ese primer mundo, ahora venido a menos, que sin
duda les habían pintado como el paraíso mismo. A ellos los vemos en los
semáforos regalando sonrisas y ofreciendo pañuelos de celulosa, otras veces
vendiendo copias de música y películas por entre los veladores de las terrazas
o en la playa, donde el negocio se expande a otros productos como bolsos,
relojes, gafas de sol, pañuelos y abalorios de marcas falsificadas. Pero y
ellas, ¿en qué se ocupan ellas?
Hacía la esquina. Lucía una
cabellera muy ensortijada, una blusa escotada y una falda bastante corta.
Cuando me aproximaba, ella vio en mí a un cliente y yo en ella una mirada de desgarro
como si se le hubiera partido el alma en pedazos, lo que se traslucía en el brillo
opaco de sus ojos. Abrió los brazos y me ofreció la mercancía. “¡Hola guapo!
¿Lo hacemos?” Hasta su nombre suena a falsedad: “Me llamo Mirella”. Me costó
convencerla de que mi único interés era saber de ella, interesarme por su
estado de ánimo y la contradicción entre lo asqueado de su expresión y la
mercancía que ofertaba. “¿Es usted policía o misioner?” Ni una cosa ni otra,
Mirella, pero me da en la nariz que no estás aquí por tu voluntad. Se le
saltaron las lágrimas y me llevó hacia el portal, me pidió que le pagara antes
de entrar en aquel cuartucho infecto donde había un rastro de olores a cuerpos
que se había desfogado de sus instintos primitivos sin el mínimo asomo de
ternura. “Tienes media hora, ¿quieres que te desnude?” En aquel cuartucho olía
a humedad rancia. Aunque te cueste entenderlo
—le dije— sólo me mueve la curiosidad por saber de ti. ¿Estás aquí por
tu voluntad? “Ahora sí, me dijo, pero…” Mirella o como realmente se llame
entornó los ojos en silencio y al cabo dijo:
Vinieron tres años consecutivos de sequía y sólo resistieron los más
fuertes. A pesar de la distancia, hasta allá llegan ecos de que España es un
paraíso y que merece la pena los esfuerzos para llegar hasta aquí. Mi mamá no
se opuso a mi marcha, pero no se sintió con fuerzas para emprender el viaje
conmigo; a sus cuarenta años ya estaba bastante maltrecha. En media hora no
puedo entrar en muchos detalles, pero las ilusiones de la salida se
desvanecieron una y otra vez a lo largo del camino, para de nuevo ilusionarnos
con la esperanza de conseguir la meta. Llevaba encima todos los pocos ahorros
familiares, pero cuando ya bordeábamos el sur del desierto, comprobamos que
aquello era una tarea imposible. Algunos lo intentaron, otro pagaron grandes
sumas a los dueños de aquellos jeeps y
mi pasaje se lo cobraron violentando la intimidad de mi cuerpo. Sentí unas
horribles nauseas, pero no pude hacer otra cosa que formar parte de aquel
cargamento hacinado que nos llevaría hasta la orilla del mar, donde la
esperanza ya era visible los días de bonanza.
Como si de un aprisco se tratara, nos recluyeron en un campamento en el
que teníamos por suelo la tierra y por cielo las estrellas. En aquel otero, los
días claros, veíamos la costa del otro lado y nos aseguraban que aquel era el
paraíso. Las pocas personas que había llegado hasta allí con dinero suficiente
fueron los primeros en subir a las pateras. Eran como cáscaras de nuez en medio
del mar, pero sabíamos que era el medio de alcanzar lo prometido. A esas
alturas del viaje, más de un año después de haber salido de mi poblado, no
tenía nada mío, sino las pocas prendas de vestir que unos voluntarios me
entregaron cuando se acercaron a nuestro emplazamiento. Algunas personas
llevaban allí año y medio esperando la oportunidad de subir una de aquellas
noches a la patera. Entonces comprendí que nunca me llegaría el turno y me
sentí absolutamente abatida. Fue en esas circunstancias cuando me llevaron
aparte tres de los cabecillas que controlaban el flujo de pateras y me
ofrecieron viajar gratis a cambio de un contrato verbal, como camarera de un
restaurante en Barcelona, con cuyos ingresos me comprometía a devolverles el
importe del pasaje y la comisión por llegar ya con un trabajo garantizado. Yo
exultaba de alegría y ellos lo celebraron mancillando uno tras otro mi cuerpo,
mientras lloraba lágrimas de victoria y me refugiaba en la memoria de mi madre.
Aquellas lágrimas no fueron de rabia como cuando llegaba a orillas del Sahara,
porque a la noche siguiente, por fin, cubriría el último tramo de mi largo
viaje.
Ellos se habían quedado con mi pasaporte para tramitar los papeles y no
sé que otros asuntos, pero lo cierto es que me enclaustraron en un cuarto con
aspecto de penitenciaría. Ya no estaba sola, sino con otra decena de
desgraciadas que me instruyeron en el oficio del amor. Me vi convertida en una
mercancía de la que no tenía control. Nos hacían desfilar delante de uno o
varios hombres sebosos, algunos desdentados otros bebidos, y nos hacían seguir
a aquel que nos elegía. Perdí más que la ilusión las ganas de vivir. Odiaba mi
cuerpo, convertido ahora en objeto de uso de gentes que me trataban con la
punta del pie y solicitaban de mí cosas espantosas. Cuando yacía en la cama,
entornaba los ojos y dialogaba en silencio con mi madre mientras era poseída.
Miguel venía un día y otro y siempre me elegía a mí. Llegué a comprender que
conseguía hacérselo pasar bien. Una noche, mientras se vestía, le rogué que me
sacara de allí, que me llevara lejos. Comprendí en su mirada que quería
complacerme, pero tenía miedo a la mafia. Por fin, a la semana siguiente, logré
salir por la ventana del baño y él me esperaba con el motor del coche
arrancado. Viajamos toda la noche y llegamos muy lejos. No he sabido más de
Miguel. Ahora ejerzo la calle en esta ciudad, en tanto consigo lo suficiente
para cambiar de vida, pero encuentro tantas trabas…
Eso si que son cambios...es una historia muy repetida pero no menos dolorosa, muchas de esas pobres jovenes tenemos en nuestro país pasando la pena negra, que triste que para salir de aquel país tenga que llevar esa vida tan desgraciada, muy mal tienen que estar para venderse así. Te das cuanta que su madre a los 40 años ya no tenía animos para nada?
ResponderEliminarPorca miseria amigo
Bsss
Esto, Rita, está escrito desde el dolor de la realidad, no es pura ficción sino una historia compuesta de los retazos de varias historias reales. Por incomprensible que parezca, el hombre se aprovecha de la fragilidad de los más débiles para sacarles provecho a costa de cualquier cosa. Y como apuntas, su madre a los 40 ya era casi una anciana.
EliminarBesos
Que lastima que sea tan real como la vida misma querido Francisco.
ResponderEliminarEsto es algo que pasa a diario y que no hace mas que incrementar la debilidad de los mas necesitados y llevarlos a ese estado de querer morir.
Un amargo articulo.
Un abrazo amigo
Ni nos imaginamos las graves dificultades que tienen estas personas para poder zafarse de las garras de las mafias, y todo por el maldito dinero.
EliminarUn abrazo
Como voluntario de Cruz Roja fueron varias las conversaciones que como la que planteas he tenido con chicas africanas, no eran relatos era la vida pasando delante de uno, historias desgarradoras con nombres y apellidos, en la que también contaban como compañeras que venían con ellas no aguantaron ese viaje y se quedaron por el camino. De estas chicas, que "trabajan", en el oficio más viejo del mundo, muchas de sus familias en los países de origen piensan que al alcanzado el "dorado", ya que mandan dinero que buena falta les hacen.
ResponderEliminarSaludos
Esto tampoco es un relato, Emilio, es la vida misma, sólo que cambiando el método de información, el nombre de la protagonista y algunos detalles, pero en esencia es la vida,la mala vida de muchas criaturas que a veces son engañadas en origen y otras muchas veces en las dificultades del camino, cuando aparecen como ángeles salvadores. Muchas renuncian a volver porque no quieren desvelar a los suyos su infamia.
EliminarNos quejamos de la crisis, de lo mal que nos va, pero siempre hay alguien que está mucho peor que nosotros. Lo malo de todo esto es que la gente sólo mira hacia su ombligo, sin darse cuenta de lo mal que lo están pasando otros. Y como son pobres e inmigrantes, somos incapaces de hacer un ejercicio de simple empatía en ponernos en su piel.
ResponderEliminarUn saludo.
Afortunadamente hay personas e instituciones que entregan sus vidas en rescate por estas criaturas, pero las dificultades son inmensas. Conozco algunas que han logrado "papeles" (residencia) y trabajan con toda dignidad.
EliminarUn abrazo
Así de cruda es la VIDA! abrazos
EliminarHistoria real que bien serviría como guión de película. Y es que la realidad siempre supera a la ficción.
ResponderEliminarTriste vida para quien buscaba una mejor.
Un abrazo Francisco.
Tanto el cine como la literatura son sobrepasados con frecuencia por la cruda realidad. Cerca de aquí hay un grupo de religiosas que están haciendo una labor de orientación, talleres y ayudas que es digno de alabar y conocer.
EliminarUn fuerte abrazo
Triste testimonio de una tristísima realidad; es el colmo de la deshonestidad: comerciar con el cuerpo humano y con la conciencia humana, todo en manos de mafias explotadoras. Me enciendo mucho con estos temas. Abrazos, Frlancisco.
ResponderEliminarEso es precisamente lo que me ha llevado a escribir este texto, dar a conocer la repugnancia de lo que está pasando cerca de nosotros, posiblemente el mayor crimen que se puede hacer con una persona. También hay víctimas masculinas, pero en muy menor grado.
EliminarUn abrazo
Muchas veces la suerte no nos acompaña o bien no hemos escogido el camino correcto... pero es cierto que el lugar de nuestro nacimiento también puede condicionar el guión de nuestra vida. Besos cariñosos, primo!!!
ResponderEliminarei! Francisco Tu relato tan real como la misma vida. Cruda realidad. Abrazos Josep
ResponderEliminarQué trágico además de sabido por todos,pero esos a quienes de verdad debiera importarles y deberían hacer algo por ayudar a tantas como Mirella, giran la espalda a tanto dolor y sufrimiento.
ResponderEliminarAquí en Valencia a hora quieren multar a los clientes de prostitutas porque dicen que ellas lo hacen contra su voluntad...
¿Y por qué, me pregunto yo, no atacan desde la raíz?
Algún subterfugio habrá seguro.
Besos.
Trágica y triste realidad querido y admirado amigo. Y lo peor de todo es que no se está haciendo nada para paliar el sufrimiento de estas personas que ejercen esta profesión obligadas o por no tener otra salida. Pero lo que más me saca de mis casillas es que como siempre los más infelices son la cabeza de turco y los que en verdad son las cabezas organizadoras y pensantes se van de rosillas.
ResponderEliminarMiles de besinos de esta amiga que te admira y te quiere un montón y te da infinitas gracias por poner tus supremas letras a la trágica y triste realidad que viven estas personas en sus carnes día a día.
ES UNA TRISTE REALIDAD QUE SE VIVE EN TODOS LADOS.
ResponderEliminarIGUAL A MI ME PARECE QUE PUEDE HABER ALGÚN OTRO TRABAJO MÁS DIGNO PARA ELEGIR...
UN BESITO FRANCISCO.
Muchas mujeres de la calle tienen historias similares a sus espaldas. Lo has contado de forma muy entrañable.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es lamentable que en el siglo XXI ocurran estas situaciones.Lo que todavía es más lamentable es que el propio progreso en vez de proporcionar mayor bienestar social otorgue decadencia.
ResponderEliminarUn Abrazo Francisco.
Uffffffffffffff, una historia dura. Qué pena que por querer tener una vida mejor haya desalmados que las hagan pasar por todo este calvario.
ResponderEliminarCuando una mujer decide tener esa profesión, me parece bien, pero que lo haga obligada y otros se lucren de su trabajo me parece de lo más criminal. Mano dura con quienes las esclavizan en la prostitución.
Muy bien relatado.
Saludos y besos
Un historia cruda y real, como muchas otras, la que nos relatas hoy, Francisco. Algunos dicen que la prostitución es algo necesario para ciertas personas. No so sé, no puedo juzgarlo, pero se me hace cuesta arriba pensar que sea tan necesario como para mantener la situación desgarradora de estas mujeres. Lo que sí pienso es aquellos que poseen poder y dinero utilizan señoritas de otro status social que posiblemente ejerzan esa profesión voluntariamente. Un saludo desde mi mejana
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