¡Bien,
siervo bueno y fiel!;
como
has sido fiel en lo poco,
te
daré un cargo importante;
entra
en el gozo de tu señor.
Mt
25, 21-23
A
Elisa Calderón
Se
mueren los días, uno tras otro,
dando
continuidad de generación en generación,
sin
que apenas dejemos huellas
de
cuanto atesoraron los dones recibidos;
lo
que fue esplendor es ahora hojarasca,
ramas
moribundas sin tránsito de sabia,
apenas
leña seca
por
la torpeza del desinterés o la desgana.
No
es tu caso, Elisa, no es tu caso.
Recibiste
dos, tal vez cinco, diez o más,
pero
subarrendaste tierras,
a
veces desnudas dehesas,
abundantes
secano y algo de regadío;
esparciste
las semillas recibidas
y
te miraste en el crecimiento
de
los tallos, de la flor y del fruto.
Los
tiempos aciagos no te hicieron desistir:
pusiste
agua donde había sed,
provocaste
el apetito entre los inapetentes,
y
el propio grano de la cosecha
te
sirvió para volver a sembrar
y
poner tu gozo
en
lo que buenamente pueda ser.
Hay
un escape de agua en la acequia
por
donde muere el tiempo
y
la germinación esperada en el esfuerzo,
ese
germen multiplicador que acaba
en
milagro.
Tu
empeño es otro, tu horizonte
es
la aceptación, tu sonrisa
siempre
complaciente.
Te
has solazado
en
los espacios vacíos
anticipando
el dudoso florecer
sin
regates de esfuerzos.
No
poner en uso los dones recibidos
es
tratar de ocultar con las manos
la
luz del sol,
ese
que tan radiante brilla hoy
haciendo
guiños a tu nombre
con
firma, rúbrica y sello.