Sed. Me relamo los labios
con el áspero tacto de una escofina
y el dolor es ahora superior a la sed
sin haber encontrado el menor alivio.
Ni el agua me sacia,
tampoco los recuerdos hacen noche
y me invitan a soñar.
Una palabra. Tan solo una señal
que abra la puerta a tanta tiniebla
y empuje a esta maldita bruma
que hace posada como ave furtiva
y se adueña de todas mis entrañas.
Alguien ha debido dictar
una consigna secreta de silencio,
un aislamiento que mortifica,
y está acabando con mis reservas
de soliviantada esperanza:
en instantes así es cuando descubro
que el subsuelo me abre sus brazos.
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