Mira, fíjate en ese anciano,
es la misma persona
que corría los cien metros
con una gran marca
y sin competencia a su alrededor.
Ahora tiene el abdomen
rotulado con mayúsculas
y camina con la ayuda de un bastón.
El paso del tiempo va dejando huellas
muy perceptibles:
unos pronunciadas calvicies,
otros piel de pergamino
y manchas como estampados atrevidos,
como hierros de su ganadería;
a algunos andares renqueantes
y a todos el visado en vigor
para el último viaje.
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