La inmortalidad, creada
por el imaginario del hombre,
nace de una falsa aspiración,
tan imposible,
que pertenece al plano de lo divino;
algo tan parecido a la ficción
como la rara habilidad
para enjaezar a un centauro
y cabalgar sobre las nubes
y las estrellas
manejando las riendas
como jinete apocalíptico.
Desde tiempos remotos
-dada la fugacidad de la vida-
el hombre sueña en perpetuarse,
aunque todos sus logros
se esfuman al despertar
y la plasticidad imaginada
ni siquiera alcanza a ser boceto.
Cierto que algunas personas
alcanzan talla de gloria en su obra,
pero su paraíso se limita
a una anotación en la Enciclopedia,
que finalmente quedará obsoleta
y también superada
por otros nuevos relumbrones.
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