Esta luz estival horada las sombras,
abre sendas en el amanecer
e invita a caminar
para redescubrir el mundo inmediato.
El mundo, mi mundo, nuestro mundo,
el de siempre, aunque cada día
tiene una pose o un matiz novedoso
con el que sacar por la tangente
lo ordinario para hacerlo exquisito.
La gente pasa en silencio,
en prevengan
o deshabituados en otro lugar:
no hay saludos, ni cánticos,
tan solo una masa de soledades
hacia la nada
que se ignoran recíprocamente.
Bajo esta luz radiante del estío,
un silencio atronador
en la encrucijada del mutismo total;
algunos, cada vez más numerosos,
con los auriculares atornillados
al ensimismamiento de sus auditivos.
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