Era Enrique una sonrisa jovial,
la luna llena: divertida, lozana y aguerrida
como una zambra,
como la juguetona corriente del Darro
derramada desde la cumbre
hasta la enjuta cintura y hasta los pies.
La alegría vivía asomada a sus ojos
y salpicaba a cada una de sus facciones
con ropaje de diario o también de fiesta.
Ocurrente, íntimo, divertido...
como noche en el Sacromonte
y amigo de sus amigos.
Un lejano día se ausentó
la moza que guardaba el chusco en su bolso
-sin billete de vuelta-
y el descarriló y se perdió patinando
y no volvió a encontrar
el sentido de la marcha del reloj.
Siguió subido en el día a día por inercia,
pero ya no miraba de frente,
sino que se elevaba a otra dimensión
que caía fuera del sistema métrico.
Vivir es esto:
es cargar con la dulzura de un amigo
y también con el amargor
de quienes acurrucaste en tu corazón;
es trazar con ellos una línea indefinida
y sin fin
que ha de llevarnos a la eternidad.
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