REQUIEM POR ANTONIO VELASCO

“Velad, pues no sabéis ni el día ni la hora.”

…  y todo fue de golpe, Antonio,

un golpe del que nuca te recuperaste,

un golpe que rezumbó mis oídos incrédulos

y retumbó mi cabeza como habría hecho la tuya.

En tu propia casa, Antonio,

en ropa cómoda y zapatillas,

seguramente que mascullando los desvelos

de esa empresa familiar que estos tiempo

amenaza entre naufragios y tú, asido al timón

sin desfallecer, dando esperanzas a tu hijo.

Nos unió la profesión cuando éramos muy jóvenes;

luego compartimos las tardes del domingo

con el pupas rojiblanco de nuestros amores,

café previo y los niños por delante;

quisimos emprender un negocio,

pero sólo contábamos con ideas

que enamoraron a Cajamadrid,

pero también quería comprometer nuestro patrimonio;

templamos las flautas y seguimos al compas

del rumbo que cada uno se había trazado.

¡Hemos compartido tanto, Antonio!

Tenías la cabeza dura y el corazón muy blando;

finalmente, no era tan dura la cabeza

y tus entrañas siguieron siendo por siempre

generosas, hasta el grado de donar tus órganos

agotado ya el último latido.

No eras perfecto, Antonio, ni yo tampoco, 

ni ninguno; nadie lo es, nadie lo somos;

somos débiles y tú tuviste tus debilidades,

pero allá donde has ido te reconocerán

tus muchas obras, tus manos vacías de darte 

y te colmarán la medida

con un asiento de palco de privilegio.

¡Descansa en paz, Antonio!