Quienes vivimos en la ciudad
solemos atrincherarnos tras la puerta de nuestra vivienda como si al cerrar la
blindada y dar varias vueltas a la llave nos estuviéramos aislando del mundo
entero. Recuerdo de mi niñez que en el pueblo las cosas eran bien distintas, la
puerta estaba permanentemente abierta y sólo por las noches se ponía una silla
tras la misma por si entraba alguien que se escuchara si alguien accedía al
recinto. La puerta abierta no era una invitación a pasar, pero tampoco era una
barrera infranqueable. Con frecuencia entraba una persona saludando al tiempo
que penetraba. No se vivía solo; en casa estaban los abuelos, los hermanos,
venían los primos, los vecinos, las tías; se compartían labores, se ofrecía y
recibía ayuda para las tareas comunes del día a día… hasta los animales formaban parte de la
nómina en el ambiente rural. Por eso los gatos no eran como hoy animales de
compañía, sino los encargados de salvaguardar el grano del soberado, y los
perros eran los guardianes de las gallinas del corral y de todo el recinto.
Todo esto tenía como consecuencia estar en vecindad con otros animalitos más
invisibles, pero con los que se vivía con cierta naturalidad y de manera
integrada.
El ciudadano de hoy se ha
olvidado de ese vecindario inferior y hasta vive de espaldas a sus vecinos del
piso de enfrente, pero el reino animal no ha renunciado a la vida y sigue alimentándose de las
carroñas que vamos soltando por sumideros y alcantarillas. Cualquier resquicio,
cualquier mínima grieta es un pasadizo como quien dispone de una llave maestra
a nuestro hogar.
Era el día y la hora de la cita
cuando al abrir la puerta, el uniformado técnico de la empresa de desinsectación
se disponía a llamar. “¿El Sr. Francisco?”, ¿Es usted Hamelín? Antes de esbozar
una sonrisa se lo pensó un poco y finalmente respondió: “García, de García y Lombardi Limitada, la
aniquiladora de insectos y roedores.” Calzaba guantes verdes e iba pertrechado
de mochila y maletín que dejó a la entrada de la vivienda. “Con su permiso voy
a proceder a sellar todo; ya sabe que hasta mañana no podrá acceder a su
vivienda. Saque de la misma todo aquello que necesite mientras voy colocando
cebos y sellando rendijas.”
No pude evitar transportarme de
nuevo a esa infancia recurrente donde nada de esto sucedía. No puedo imaginar a
mi abuelo abandonando su mecedora y su cama para limpiar de parásitos su
vivienda, él que me enseñó a respetar a las salamanquesas, de quienes me
contaba que era el mejor protector del hogar. Me salí al pasillo y dejé que
García hiciese su trabajo con la meticulosidad que le caracteriza. Estaba
preparado a oír la música de este Hamelín uniformado que no llevaba a la vista
flauta ni ningún otro instrumento, aguardaba con curiosidad que en algún
instante sonaran los primeros acordes. En eso que zumbó la voz firme de García
desde el interior: “¿Todo listo? ¡Voy a destapar las bombas de gas y salgo de
inmediato!”. De repente, se empezó a oír
una serie de silbidos monocordes, todos ellos afinados con la misma nota, y una
nube gaseosa se esparcía por todo el recinto, al tiempo que de forma presurosa
García tiraba del pomo de la puerta y me invitaba a cerrar con llave, mientras
él sellaba con cinta de carrocero las rendijas de la puerta de acceso. Desde el
exterior, imaginé el baile de todos esos mínimos vecinos ocultos por rendijas,
falsos techos y bajantes, mientras seguían la nota silbante de los botes
fétidos haciendo su propulsión tóxica.
jejejeje, muy buena semejanza. Sabes??? Soy joven o al menos lo creo así, pero mira, hace solo 11 años que vivo en un piso, antes vivía en una casita baja, la que construyeron mis abuelos con mucho esfuerzo. Yo he vivido eso de dejar siempre la puerta abierta, siendo en Madrid, y lo que dices, la gente entraba saludando pero sin llamar jejejeje. Mi casa siempre estaba llena, y nosotros ni siquiera poníamos la silla tras la puerta, esta no se cerraba nunca, y podías levantarte a media noche, que mi madre estaba en la hamaca sentada en la puerta porque tenía calor en verano, se quedaba dormida allí, salíamos, nos tumbábamos al lado y veías que unas cuantas vecinas hacían lo mismo, nadie molestaba...
ResponderEliminarComo echo de menos mi casita. Un besazo.
No dudes de que eres joven, Tamara, sólo las jóvenes dan besazos: los mayores somos menos espontáneos.
EliminarEn mi casa se ponía la silla detrás de la puerta sólo al tiempo de acostarnos; pero eso corresponde al rincón de la memoria.
Besos
En bastantes pueblos pequeños de la provincia de Soria se sigue sin cerrar la puerta y si vas buscando a alguien y no está, no hay más que preguntar al vecino más próximo. Cada uno sabe de la vida y de las costumbres de los demás. No estaban solos ni aislados. Bueno, a veces un poco si.
ResponderEliminarSaludos Francisco.
De verdad Francisco por unos minutos creí que podría volver a mi caserón de la infancia, es más, pensé que ya estaba allí , pero si volviera ya no sería lo mismo. Esa vida libre de maldad, todos juntos, la puerta abierta , sentarse en la vereda, por lo menos aquí, ya no existe.¡Qué pena ! ¡era tan lindo !Ahora vivimos con miedo , lejos los unos de los otros.¿ ésa es la modernidad ...?
EliminarTe dejo un puñado de besos. Hasta mañana.No olvides cerrar bien las puertas.
Esa frescura, esa cercanía, Jaal, es materia de pequeñas poblaciones y de otros tiempos; ahora, como dices, nos atrinchera el miedo. Cuando la gente tiene poco o nada que guardar, sobran las cerraduras.
EliminarUn abrazo.
La historia es común y sincrónica. En cada momento, en todos los lugares al mismo tiempo, e ha vivido de forma similar: ahora, en esta modernidad, también estamos uniformados, pero por los recelos, María del Carmen.
EliminarBesos
Es lo que añoramos tod@s, la tranquilidad de esos días, es increible salir con miedo a la calle así estamos en México, aquí también fumigaron...pero a los narcos, y se desparramaron por todo el país. Deberíamos llamar al flautista a ver si se los lleva a todos. Saludos.
ResponderEliminarMe maravilla, Martha, lo plurisignificativo del lenguaje, como esa fumigación la podemos aplicar a todo aquello que nos molesta. En muchas ocasiones dan ganar de llamara ese flautista que sea capaz de sacarnos los distintos cánceres de esta sociedad.
EliminarBesos
Con esta lectura me he transportado a la infancia en casa de mi abuela, con perro, gatos , gallinas, mulos, cerdos y todos esos animales invisibles sin miedo a Hamelin. Incluso había chinches en la anea de las sillas que me dejaban el culo como un traje de lunares cuando en primavera calentaba el solecito en el patio bajo el naranjo.
ResponderEliminarUn beso
Por momentos me atrevería a decir que eran tiempos más felices, pero dudo que así sea. Desde luego sí para mí, pero acaban de marcharse mis nietos que pasaron el día en casa y ellos son rotundamente felices con todos esos inconvenientes del hoy que los mayores apreciamos. ¿No será que la felicidad está en la infancia o en ser como niños?
EliminarBesos
Lo que dices es cierto, pero ¿quién se atreve a dejar hoy en día la puerta de su casa abierta si los cacos ni siquiera la respetan cuando la puerta está cerrada?
ResponderEliminarEn cuanto a la película demuestra bien a las claras lo desagradecida que es la gente, ofrecen lo que sea para que se les quite un problema de encima y cuando ya lo consiguieron, lo prometido se olvida.
Me alegro que hayas aludido a esa otra visión, la del desagradecimiento; en cuanto nos han resuelto el problema nos olvidamos de la compensación que debemos satisfacer. Si todos fuéramos correcto dejaríamos sin empleo de cerrajeros y policías, pero ¡estamos tan lejos de ello!
EliminarUn fuerte abrazo
Cuantos recuerdos me ha venido a mi cabeza.
ResponderEliminarVivo en un pueblo y, de niño, la puerta del patio
nunca se cerraba, ahora nunca se abre.
Un fuerte abrazo.
Hemos hecho del hogar una cárcel; antes era un lugar de encuentro y convivencia.
EliminarUn fuerte abrazo.
En la casa en que viví mi niñez y juventud la puerta se cerraba por la noche al estar en la ciudad, pero de día se quedaba abierta con frecuencia si yo jugaba en la calle o si nos sentábamos en el portal a tomar el sol.
ResponderEliminarPues eso que cuentas significa que somos coetáneos. Entonces eran las cosas de esa manera y ahora son de otra forma muy diferente: los avances no son progresivos en todos los ámbitos.
EliminarAbrazos.
Cuánta razón tienes, primo. Yo añoro esos tiempos que la puerta de la calle estaba abierta y si entrabas tenías que gritar: "Ave Maríaaaaa!" y cuando te costestaban... "Sin pecado concebidaaaaa!" entonces subías a la casa. Eran mejores tiempos!!! Besos mil.
ResponderEliminarPero esa fórmula pasó a otra vida, prima; ahora tienes que quedar por teléfono para que vayas donde alguien y te abra.
EliminarBesos.
Bueno,es mejor imaginarlos así,que cayendo bajo una nube tóxica...
ResponderEliminarCosa que no vayas a pensar que critico,ya que odio los animalillos que puedan invadir mi hogar,ufff
Sin embargo,con esto de los dibujos infantiles,nos sale a relucir una especie de pena hacia esos seres cuya misión es subsistir sin más pretensiones.
Respecto a lo de puertas para adentro,desconozco qué se puede sentir viviendo de puertas abiertas,vecinando y compartiendo,no lo he vivido así,aunuqe sí he de reconocer que cuando era joven y aún vivía en casa de mis padres,el trato comunal era más afable,más cercano.
Besos.
Las fábulas, Marinel, suelen usar a los animales como paradigma humano: la laboriosidad de la hormiga, la constancia de la tortuga... Por supuesto que se tratan de animales molestos, pero sobre todo cuando uno se ha desprotegido de la compañía de esos otros animales que guardaban el equilibrio de forma natural: ahora no queda otra que recurrir a los pesticidas.
EliminarBesos
Soy hombre de ciudad, siempre he estado acostumbrado a cerrar con varias llaves la puerta de casa, cuando voy a pueblo de mi esposa a visitar a su familia y me encuentro con las puertas abierta me quedo sorprendido, tampoco se preocupan en absoluto de fumigar, unos animalitos se comen a los otros y como tienen perros y gatos, el final la casa, aunque esté en el campo, está limpia, la fumigación se hace necesario cuando has eliminado algunos depredadores. ¡¡Ay, si pudiéramos hacer eso con algunos políticos!!, tampoco quiero que se me llame nazi, aunque ellos actúan de ese modo.
ResponderEliminarSaludos
Ese es el equilibrio del que hablaba más arriba y que ahora nos hemos desentendido de él. En cuanto al Hamelín que arrastre con sus encantos a los políticos, creo que no funciona porque son ellos los encantadores que nos venden la luna como quesos curados o a cuartos cuando está en creciente o menguante.
EliminarUn abrazo.
Los bichos que me dan más miedo andan sueltos por la calle. No sé cómo se podría acabar con esa plaga.
ResponderEliminarUn saludo.
Y lo peor, Cayetano, es que no hay nube tóxica que acabe con ellos.
EliminarUn abrazo.
Hola Francisco. La música de Hamelín y la música del gas de las bombonas. Distintas músicas para distintos tiempos. Con la primera veo a la salamanquesa de tu abuelo bailando contenta, con la segunda la veo huir ante el horror...
ResponderEliminarDos músicas que no comparten ni siquiera uno solo de sus compases, tienes razón.
EliminarUn abrazo.
Caramba!
ResponderEliminarTodo cierto, lo de antes, lo de ahora...
Y como dice Cayetano: los bicho smás peligrosos tiene bula! No se podría contratar al de Hamelin para que se llevara la peor de las plagas???
Un besote soleado!
;)
Me temo que serian ellos quienes se llevaran a Hamelín al huerto, Edurne.
EliminarBesos.
Las fumigaciones son un tema bastante peligroso, los expertos son los que tienen que hacerlo para evitar ciertos riesgos.
ResponderEliminarEn Córdoba saltó la noticia de que en un pueblo un vecino había fumigado su casa con un determinado producto químico, por lo visto por las cañerías se filtró a la casa de al lado y el resultado no pudo ser más infortunado...los pequeños hijos de la familia de la casa de al lado, fallecieron por la inhalación de los gases.
Un beso
http://ventanadefoto.blogspot.com.es/
¡Tremenda noticia! Me consta que los fumigadores son gente experta y que hacen su trabajo con sumo esmero y profesionalidad.
EliminarBesos.
Me ha encantado la semejanza con lo del Cuento de "El flautista de Hamelin" aunque el personaje del Cuento es mucho más bonito que estos señores uniformados que parece que van a la Luna en vez de a aniquilar insectos . Yo también añoro esa época en que las casas se dejaban abiertas hasta altas horas , pero siempre viví en Pisos aunque los vecinos teníamos una relación como si fuesemos una gran familia y nos cuidabámos mutuamente , eso ya existe poco ¿verdad? ahora en Ronda tengo la suerte de vivir en un Bloque que solo son 3 plantas , un piso en cada una , es decir, somos solo 3 familias y nos llevámos de maravillas . Otra cosa es vivir en un gran bloque dónde cada uno va a lo suyo.
ResponderEliminarUn abrazo
Precisamente ese tema de la convivencia es el que subyace en este relato como forma de convivencia que se ha perdido. Ahora tenemos muchas más cosas que antes, tantas, que andamos preocupados por su salvaguarda y echamos siete cerrojos.
EliminarEn los comienzos de la televisión, tiempo más cercano a tu juventud, los vecinos iban a casa del que tenía televisor para ver algún programa concreto; ahora ya tenemos todos tantas cosas que guardar que vivimos solos, aunque aislados.
Besos.
Sí, yo también lo recuerdo. Un tío mío vivía en un pueblo de Castilla la Vieja, así era cuanodo yo iba allí de crío. Siempre me llamó la atención como aquella puerta de las de doble hoja, pero una sobre la otra siempre tenía la superior abierta y únicamente una cortina cubria el hueco, para impedir el paso a las moscas.
ResponderEliminarUn saludo.
Ya decía yo antes que es símbolo de una época y no de una geografía concreta. Me alegro mucho de esta aportación.
EliminarUn abrazo.
De pequeño siempre recuerdo en mi casa, la de mi abuela y la de todos los vecinos la puerta con el ganchillo echado y por la tarde abierta, para que entrara el fresco; y mira que entonces también debía haber parásitos, jejejeje. Un fuerte abrazo, Francisco.
ResponderEliminarSe convivía más con las personas, en vecindad con los animales, sin aire acondicionado o calefacción, por lo que las casas no eran estancas, sino franqueables. Hoy cultivamos las amistades por teléfono, Skype o whatsapp, y a las más cercanas en el bar de la esquina.
EliminarUn abrazo
Yo le tengo pánico a las cucarachas. Mi casa es como un bunker en lo que a rendijas se refiere... todas están selladas y bloqueadas, mosquiteras hasta en el balcón, respiraderos cerrados... Ningún animalito me causa esa extraña sensación: la parálisis. Después me siento un poco tonta... ¡¡¡Si con un simple pisotón la mato...!!! Pero soy incapaz de moverme para hacerlo.
ResponderEliminarYo recuerdo las noches de tertulias con los vecinos en la puerta, pero desde que los ascensores nos facilitaron la vida, cada vez te encuentras con menos vecinos.
Pues recuerda, Mª Carmen, no hay sello que no sean capaz de violentar esos animalitos, así que no duermas tranquila. ¡Lo que te hacía falta! Jajaja. En cuanto a lo de las tertulias, eso es precisamente una de las grandes pérdidas.
EliminarBesos
Cuanta añoranza siento querido amigo por la vida de antes, cuando se sentaban a la puerta de las casas al anochecer, disfrutando del fresco de la noche y de una amena conversación.
ResponderEliminarCosa que ahora resulta imposible , no solo por los mosquitos y curianas si no por que hay otra plaga que no hay insecticida que pueda acabar con ella que nos esta amargando las noches de verano y el alma. Miles de besinos de esta amiga que te desea con inmenso cariño feliz inicio de semana.
¡Qué bien y qué divertido lo has dicho, Ozna!
EliminarBesinos para ti.
Esta etapa materialista nos está aislando,encerrándonos en nuestros miedos y pertenencias...La desconfianza campea libre creando distancias y silencios...Esperemos,que todo esto acaba poco a poco y vuelva a reinar la sencillez,la comunicación y las puertas abiertas al cariño y a la humanidad...
ResponderEliminarMi gratitud por compartir y mi abrazo inmenso,compañero y amigo.
M.Jesús
Me temo que no se vea cumplido tu deseo, esa regeneración de la que hablas. Mientras cenaba he visto el telediario; luego había un panorama tan dantesco que me he retirado y he vuelto al ordenador. Al sur de la ciudad, la feria que comienza, pero cada uno a lo suyo, como los que hace unos días compartíamos el mismo vagón del tren.
EliminarBesos, María Jesús.
De pequeña.. la puerta no conocía lo que era estar cerrada .. la gente salía a tomar el fresco en verano a la calle.. sentada en sus sillas.. nos conocíamos todos.. no había cerraduras ni cerrojos.. y en cada casa había mascotas y nunca se necesitó fumigadores ..
ResponderEliminarHoy .. echamos mil cierres .. y aún así seguimos sintiéndonos desamparados .. ni en casa ni en la calle nos sentimos seguros..
Es muy triste el cambio de vida ( al menos para mi ) .. Antes compartíamos .. ahora apenas si se conoce al vecino .. ni se ven niños jugando en las calles.. tan sólo en los parques pueden estar ..
En fín... lo único que estamos teniendo de esos tiempos .. es la falta de trabajo y las penurias que muchísimas personas están sufriendo ...
Un inmenso abrazo ( dos ) Uno para Pepita .. con mucho cariño
Los cambios no son siempre para mejor. El mundo avanza, tenemos más medios y más tecnología, nos podemos comunicar con alguien que vive a muchos kilómetros de nosotros o en otro continente, pero no nos damos los buenos días con el que nos cruzamos en la calle. Yo creo que la vida es distinta, ni mejor ni peor, sino más encerrada en nosotros mismos. Gracias por el saludo para Pepita: quien quiere a ella me quiere a mí.
EliminarDos besos para ti.
Hola Francisco, me ha encantado el cuento que tiene muchos matices verídicos.
ResponderEliminarMi prima la mayor me cuenta que cuando vivía mi madre aun soltera, se juntaban en su casa de aquí de Madrid. Ellos vivían en una habitación y sólo tenían dos camas. La de los padres(la hermana de mi madre y su marido) y la de mi prima y mi primo que como hermanos dormían juntos. Pues cuenta que mi madre dormía a los pies del matrimonio, sus padres. Y así montones de veces que mi madre acudía a visitarlos por motivos de salud.
Es cierto que no hace más de 20 años nos juntábamos en las casas para festejar cualquier fiesta. Todos los muchachos y muchachas dormíamos juntos en una cama. Se tiraban colchones en la cocina, en los pasillos,... Unos a los pies otros a la cabecera. Hoy día ponemos ciento y una escusa para que no vengan, o quedamos en algún restaurante o bar u hotel si son varios días.
Creo que nos volvemos egoístas y queremos compartir lo mínimo.
Y ya no te cuento si compartimos vivienda con algún bichito, jajajaj el grito se escucha hasta el infinito. Las pobres cucarachas salen de estampida corriendo a esconderse. Muy bien narrado y me ha hecho gracia.
Saludos y besos
Creo, Isa, que la culpa de todo esto la tiene el sofá. Verás, en ese tiempo del que hablas no tenía la gente sofá, sino sólo sillas de anea, con lo cual se estaba con cómodo en la puerta de la calle como en la casa; ahora no, ahora no disputamos el sofá y la butaca de orejeras, estamos más cómodos y nos molesta que otro venga a ocupar nuestro asiento. ¡Y qué decir de la cama! Se nos ha olvidado compartir y ese es el verdadero mal del mundo. Si compartiéramos seríamos todos mucho más felices.
EliminarBesos