NOCTURNO

Y de repente, la noche.

Mis pasos habían tomado la derrota del desvarío

cuando, de repente, me encontré

más triste que solo

en la oscuridad pétrea de la noche.

Desorientado; sin saber dónde dirigirme,

a qué puerta llamar o como restablecer

contacto con la mano

que me sacase del fuego en el que ardía.

De repente, como un fogonazo,

en mi mente dos nombres de mujer:

una con el pelo blanco y aroma a crisantemo

de sueño eterno   (mi madre);

la otra  tú, la del claror en los ojos

y la pasión dormida o que yo mismo

había anestesiado de abandono.

Mis pies taconeaban en el duro adoquinado

la presumible dureza de tu corazón, pero

como quien camina bajo el embrujo de un hechizo,

seguía buscándote más en el pensamiento

que haciendo por acercarme a tu puerta;

de antemano me asigné el rechazo

como el mal estudiante se aplaza a sí mismo

para septiembre o la convocatoria extraordinaria

que deja helado el corazón.

No podía llegar donde ti;

en mis ropas eran patentes las huellas

de las copas y el roce y aroma de otro cuerpo…

Caminaba y caminaba por no tener dónde reclinarme

y de repente, las dos pitaditas de un whatsapp

me elevaron sobre las sombras de mi hundimiento:

“Besos; muchos besos azules”.