Recuerdo con ternura aquella fotografía en blanco y negro con los colores un tanto desvaídos, con ganas de ser sepia sin serlo por lo descolorido, en casa de mi abuela materna: el Romerito y la Romerita. Dos bustos en el que destacaban los pelos albos de ambos. Él peinado a raya; ella con el pelo recogido en un rodete, que imagino sujetaría con una pequeña peina de concha.
No tengo la pericia investigadora ni el tesón de mi amigo Felipe, quien ha desenvuelto legajos por diversas sacristías hasta llegar a su décima generación, ni es la genealogía una disciplina que me apasione. Según me hago mayor, siento que somos meros eslabones de la cadena humana y que son muy pocos los que dejan huellas notables de su paso por la vida: nacemos, crecemos, nos reproducimos o no, y finalmente, morimos dejando el testigo genético. ¿Quién nos recordará? ¿Quién me recordará pasados cien años?
Mis bisabuelos no debían tener grandes medios, ya que recurrieron a la fotografía en lugar de un retrato como hacían los pudientes. Es verdad que pudiera ser más fidedigno con su físico, pero a veces, cuando el pintor es de calidad, también retrata el alma de quienes posan. No era el caso, ya digo, pero lucían felices y debieron invertir un dinero curioso, a juzgar por el tamaño y el marco que la sustentaba. Él tenía cara de luna llena, mientras ella tenía la barbilla afilada, como en forma de pera; miraban de frente y sus ojos delataban cierta tensión, posiblemente por el posado, al tiempo que cara de bonachones. Ella vestía un escote a la caja en tela de rayas finas y un mantoncillo liso sobre los hombros; él un traje oscuro con chaleco y camisa blanca abotonada hasta el cuello, sin corbata ni lazo; del ojal de la solapa pendía una cadena que se perdía en el bolsillo superior de ésta, sin duda, el reloj de bolsillo del que me habló en varias ocasiones la abuela.
La fotografía de los bisabuelos ocupaba el lugar preferencial del comedor en casa de la abuela; el marco, labrado sin llegar a barroco, estaba desportillado en uno de sus ángulos y la humedad había dejado señales amarillentas, como arrugas irreparables o surcos de tiempos, en diversas zonas de la fotografía. Pero ella se complacía en sus padres como yo hago ahora con la foto de los míos: debe ser genético.
Debe tener explicación psicológica, sociológica o de algún tipo. Cuanto mayores nos hacemos mas es el apego a los recuerdos de las generaciones que nos precedieron, buscamos datos, fotos o escritos de nuestros antepasados. Pocos jóvenes tienen esa preocupación. Ellos son protagonistas y nosotros nos preguntamos quienes somos. O algo así.
ResponderEliminarCómo me identifico con tu texto, en casa de mis abuelos había fotos de una gente muy antigua que jamás me interesaron, ahora sé que eran mis antepasados, y me encanta saber de ellos y sus vidas.
ResponderEliminarMagnífico post Francisco.
Un abrazo.
No conocí a mis bisabuelos y si los conocí, no me acuerdo. Si que vi fotografias en casa de mis abuelos, pero era muy pequeña y nunca supe quien eran.
ResponderEliminarUn fuerte y calido abrazo
La foto de la que hablas también presidía la casa de mis padres pero no preside la mía, por lo menos de la misma forma.
ResponderEliminarNo conocí a mis bisabuelos y me da pena haber conocido sólo a mi abuela paterna y no en las mejores condiciones, pues son tantas las cosas que me han contado de ellos que siento no haberlas vivido.
Da pena darse cuenta de que, en cuestión de poco tiempo, -apenas un par de generaciones- pasamos al olvido. Nuestro paso por la vida queda reducido a una antigua fotografía.
ResponderEliminarSerá mejor, en ese caso, disfrutar de cada día de nuestra vida, pues es lo único que nos vamos a llevar.
Gracias por asomarte a "Barataria". Eso me ha permitido conocer "Días de Aplomo". Me ha gustado mucho. Tanto, que lo enlazaré en mi blog, para estar al día de las actualizaciones.
Un cordial saludo.
Para mí también pasaron desapercibidas durante mucho tiempo viejas fotografías. Cuanto tomé con ganas el asunto de mi genealogía familiar me dí cuenta de la importancia que tienen esas fotos, son únicas y ya irrepetibles.
ResponderEliminarFrancisco, la pericia y el tesón los sacamos a relucir cuando hay algo que verdaderamente nos interesa y nos apasiona.
Un abrazo