En su cara de ángel se había iluminado
la promesa, pero permanecía
ese halo incorrupto de deficiencia
con el que Dios toca a algunas criaturas
y santifica a sus padres en vida.
Comía churros con chocolate
y en su agitación y gozo se balanceaba
la visita inminente a la Señora
y el disfrute en sus ojos y en su barbilla
del chorreante y espeso desayuno.
Sus gestos eran todo lo moderados
que uno supone a Alicia en el país de las maravillas.
Ella ya se adivinaba sobre adoquines de plata
e inhiestos candelabros de oro y arcos florales,
así como el hábil delineado de un jardinero
a sendos lados del Arco, competencia floral
que reproducía para ella todos los colores
y también los matices infinitos del mismo arco iris.
Las nubes habían hecho una genuflexión
ante el empuje rubicundo del sol
y se sumaron los pájaros viniendo a añadir
su banda sonora como salmos de alabanza.
En ese mismo instante, Cristina dejó de comer
y su madre la aseó con la pulcritud acostumbrada
para cumplir con el ritual que le había prometido:
su inocencia frente a frente a la Esperanza.
Un magnífico poema que pinta un cuadro de ternura.
ResponderEliminarSaludos
Muchas gracias por tu sensibilidad. Esa niña tan infantil desayunaba inquieta porque iba a pasar con sus padres a la Basílica a contemplar a la Virgen Macarena.
Eliminar"..apuesto por la ternura, la compasión, el respeto y la aceptación de la inocencia, como gel que lava las rebabas de la vida."
ResponderEliminar🌹
Nunca mejor ni más líricamente expresado.
EliminarUn abrazo.
Son sus palabras, maestro.
Eliminar🌹
Un dulce abrazo, Merche.
Eliminar