Sentada en su sillita baja,
─a tan poca altura─
dominaba el mundo, su mundo,
mi mundo.
Era una cabeza menuda y
nacarada,
la piel sonrosada y las
arrugas
como surcos del barbecho de
la vida;
miraba al cielo y distinguía
las estrellas;
veía correr las nubes
y descifraba las posibles
amenazas;
por el vuelo y el plumaje
distinguía a todos los
pájaros
e imitaba los trinos
atrayéndolos.
Desde su sillita baja,
─su trono terreno─
dominaba el mundo, su mundo.
Era mimosa en el decir y zalamera
en sus desvelos;
contaba cuentos con magia
ancestral,
como tocada de virtud
y dotada del don de la calma
extrema;
hacía de los momentos
previos al sueño
un tránsito apacible e
interminable…
Así, así era mi abuela.
En efecto, así eran las abuelas. Casi todas las que conocí de pequeño.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
La nuestra, la que nos tomaba en brazos, nos besuqueaba y contaba cuentos era muy especial, Cayetano.
EliminarUn abrazo
La mía materna, la que más recuerdo, recitaba versos, que nunca llegó a escribir, y se los llevó en el alma. Contaba cuentos y leyendas. Sonreía siempre. Y siempre iba a misa a primera hora de la mañana y luego compraba el pan, todavía caliente, de la última hornada. Sus consejos eran apacibles siempre. Y todos los nietos la llamaban madre, menos yo que la llamaba abuela con su permiso, a pesar de no permitírselo a los demás, que les decía que abuela la hacía muy vieja. Así, así era la mía.
EliminarFrancisco, recuerdo a todas mis abuelas en una silla baja de anea. Mi suegra tenia dos, una para estar en la terraza y tomar el sol y otra para hacer ganchillo, mi hija pequeña se ha quedado con una. ¿serán esas sillas las que hacen inteligentes y sabias a las abuelas?, los abuelos son otra cosa.
ResponderEliminarUn abrazo.
Son una sillitas generacionales y especialmente de nuestra Andalucía; pero lo entrañable eran las personas que se sentaban en ellas
Eliminar¿Somos?, digo, los abuelos.
ResponderEliminarSólo conocí a un abuelo, ya que el otro falleció siendo mi padre soltero. Maravilloso mi abuelo, pero las abuelas son la ternura.
EliminarUn abrazo.
Esas abuelas y esas sillitas solo existen en nuestros recuerdos, Paco.
ResponderEliminarEs verdad, Antorelo, pero lo que vive en recuerdo se eterniza en nosotros para siempre.
EliminarUn abrazo.
Yo no conocí a ninguna de mis abuelas, pero podría imaginarlas así: calmosa y sabia, con la experiencia de los años.
ResponderEliminarSaludos
Sin dudas que serían así, de haberlas conocido. Todas ellas son maravillosas.
EliminarUn abrazo.
Fíjate que al leer los versos yo me imaginaba ya la figura de una abuela pero no las mías ya que no llegué a conocerlas y para mi sorpresa termina tu poema con tu propia abuela.¡Que pena no haber disfrutado de mis abuelas! Saludos
ResponderEliminarciertamente es una pena, pero te aseguro que eran así tus abuelas, es el amor hecho ternura.
EliminarUn abrazo.
Qué enternecedor es tu poema, yo recuerdo a mis abuelas en unos sillones de esos antiguos que se llamaban escaños creo. Y a mis abuelos en sillones de paja.
ResponderEliminarGracias por traernos estos bellos y entrañables recuerdos.
Un abrazo.
Mi abuela usaba una humilde sillita de anea, pero para mí era lo más rico del universo, María.
EliminarUn abrazo.
Recuerdo a mi abuela por los tangos de Libertad Lamarque y Carlos Gardel. Haciendo tareas nos entretenía cantándonos. Tenía voz melódica y su mecedora de mimbre.
ResponderEliminarGracias Francisco, por llevarme a esos parajes accesibles solo en la memoria.
Abrazo grande
También deben ser hermosísimos tus recuerdos, Ceciely. Em el fondo, esto no deja de ser sino que un refugio de la memoria.
EliminarAbrazos.
Todos sentimos un cariño especial a nuestros abuelos. REcuerdo especialmente, a mi abuela materna, porque a la paterna, no la pude conocer. Tuvo la mala suerte de haber quedado huérfano de padre y madre , siendo criados por unos tíos suyos que no tenían hijos.
ResponderEliminarRecuerdo a mi abuela y el cariño con que me recibía, siempre me preguntaba como me iba en el colegio y por las cosas que iba aprendiendo.
Besos
Por la imagen y experiencia de una podríamos hacer un patrón que responde a todas las abuelas. Si bien canto y glorío a la mía, no deja de ser una canto general a todas las abuelas.
EliminarBesos.
Qué belleza de poema a esa persona sin igual que es la abuela y que a mí no me tocó conocer.
ResponderEliminarUn abrazo.
Lamento que te perdiera esa vivencia de ternura, Sara.
EliminarUn abrazo.
¡Qué bonito y tierno retrato de tu abuela!
ResponderEliminarMe ha hecho gracia lo de la sillita baja, realmente era su trono.¡qué recuerdos!
Si te ha movido a bellos recuerdos me doy por satisfecho, pues esa era la pretensión: cantar a todas las abuelas.
EliminarUn abrazo.
Yo tengo pocos recuerdos de mis abuelas, pues a una no la conocí y la otra murió cuando yo tenía 10 años. Sin embargo, con la que murió tengo unos lazos especiales.
ResponderEliminarSiempre se dan esos lazos imborrables de ternura.
EliminarUn abrazo.
Los abuelos siempre nos dejan una mezcla de inocencia y sabiduría. Tu la describes de maravilla, sentada en su sillita-trono, desde donde dominaba su mundo. Muy hermoso y entrañable, Francisco.
ResponderEliminarMi abrazo y feliz fin de semana.
La madre es el amor y la disciplina; la abuela es el amor y la ternura. No es superior a la madre, pero sí un refugio seguro dispuesto a los mimos. Muchas gracias, María Jesús.
EliminarUn fuerte abrazo.