“Haya luceros sobre el firmamento,
para apartar el día de la noche,
y sirvan de señales para solemnidades,
y sirvan de luceros en el firmamento
para alumbrar sobre la tierra.” [i]
Y el hombre vio, y el
hombre admiró,
y el hombre puso freno a
lo que admiraba,
y comenzó a talar los
bosques,
a horadar la tierra y
despreciar el magma,
a dar valor a lo escaso y
a atesorar,
y a atesorar, y a atesorar
sin límites.
Escaló montes, vadeó ríos,
se aventuró
por mares y océanos para
saciar su apetencia
con los bienes de otras
latitudes;
esquilmó cuanto encontró a
su paso,
sin importarle la penuria
que iba dejando.
Insatisfecho, nunca
colmado, avariento,
quiso hacer la noche día
y dejó de vislumbrar y
escudriñar
en las sombras y en el
misterio de la noche.
Y encendió la noche desde
el suelo,
y fueron desapareciendo de
la vista los astros
rompiendo todos los
límites de lo creado.
Inventó la brújula y
también el Google Maps,
cuando había perdido el
sentido de orientación.
Desde entonces vive en un
mundo paralelo,
teledirigido y observado
por miradas extrañas
e interesadas, extremadamente
interesadas,
y desde entonces vive de espaldas
al fabuloso mundo que le
fue dado.
La estupidez de la raza humana que no ha sabido apreciar ni cuidar lo que le fue prestado para su gozo y bienestar. Yo diría que es un poema-denuncia.Saludos
ResponderEliminarAsí lo ha sido concebido, Charo.
EliminarUn abrazo.