La mar, en permanente
ejecución
de su líquida partitura,
es resoplo incesante que va
y viene,
es fuelle de fragua
hasta estrellarse en la
sordina de la arena,
o en los sonoros platillos de
la roca,
o en el dique que abraza a
la playa
con mimo de estola.
A veces me adentro por el
espigón
y me siento miembro de la
orquesta,
entre la cuerda y la madera,
lejos del estruendo de los
timbales
donde se subrayan los
acentos en sorda tonalidad
y todo deja de ser
armonioso.
Un día aciago nos robaron en
Marbella
aquellos espigones por los
que uno se adentraba
en seco por medio de la mar,
como Titán escapado de la Teogonía de Hesíodo.
Me había ensayado desde niño
en el Muelle de Piedras
y de aquel recuerdo sólo me
queda
la música y la esperanza.
Una de las mejores músicas, la del mar, cadenciosa y llena de recuerdos.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
En términos musicales, variaciones sobre un mismo tema, mas siempre bellísima.
EliminarUn abrazo.
Tanto el sonido del mar cómo su peculiar olor son asombrosamente relajantes.Saludos
ResponderEliminarEs como el péndulo de un reloj de pared, pero sin salinidad ni aroma. Muchas gracias, Charo.
EliminarUn abrazo.
Hermoso recuerdo. También agrego el vibrar bajo mis pies del movimiento de las olas. Mis espigones de Mar del Plata aún perduran, espero que por largo tiempo. Saludos
ResponderEliminarCelebro que haya provocado en ti un hermoso recuerdo, Rosa María. Es como milagroso que mis palabras puedan evocar tan bellos recuerdos.
EliminarUn abrazo.