Yo era un chico inexperto
y ella un rayo de luz como
una sonrisa en cascada,
un ángel dorado, pan de
trigo,
sol de Suecia en la playa de
San Pedro Alcántara.
Pasábamos la mañana
jugueteando en la playa,
enredando como escolares;
ella debió descubrir que mi art amatoria era escasa
como mi nivel de inglés
con el que nos
comunicábamos.
Nunca supe qué pudo atraerle
de mi falta de pericia;
tal vez, llegara a descubrir
tras aquel canto rodado a
orillas del mar
un posible diamante en el
que se había encaprichado.
Era el comienzo de los
sesenta,
cuando en la Costa del Sol
las suecas adquirieron
nombre propio en la carnalidad
y yo no pasaba de ver en
ella
sino que lo que había
imaginado en los pinceles
de El Bosco ante el Jardín de las delicias
o el enigma de la sonrisa de
Mona Lisa de los libros de texto.
Tantos años después, estoy
satisfecho
de aquella inocencia mía,
pues el mero tacto hubiera
mancillado
aquel lejano sueño de
verano.
Mejor los sueños que las pesadillas.
ResponderEliminarY tú, anticipándote sin querer al "landismo".
Un abrazo, Paco.
Lo mío era pura atracción inocente, ni siquiera tentación, Cayetano.
EliminarUn abrazo.
Una bonita experiencia de la que nunca se olvida.Saludos
ResponderEliminarEs muy cierto, Charo, no es fácil olvidar aquello tan maravilloso y mágico.
EliminarUn abrazo.
Bella forma de describir y descubrir esa inocencia de juventud enamorada.
ResponderEliminarSin dudas fue enamoramiento, pero no llegó a ser amor adolescente, tan sólo una luz distinta y destellante.
EliminarUn abrazo.
Que bonito esos inocentes recuerdos de juventud, que se han quedado en nosotros para ahora disfrutarlo y que algunos solo fueron momentos, en el tesoro de la juventud. Un abrazo, Francisco.
ResponderEliminar🌹🍀
Muchísimas gracias, Inés, por tu delicado comentario.
EliminarUn abrazo.