En el salón de baile
familiar
se modeló mi oído musical
al sonido del saxo y el
clarinete,
a la variedad sonora de la
batería
y una surtida suerte de
ritmos.
Eran los años cincuenta,
un tiempo de escasez y
estraperlo,
un tiempo pobre de buscada
alegría
donde sacudirse la escasez
de medios
en un airoso y patriótico
pasodoble.
Del cine y la radio, los sueños
de grandes orquestas
americanas
y ritmos latinos con maracas
cubanas
y corridos mejicanos.
Aquellos artesanos de la
vida cotidiana
arrancaban a sus
instrumentos los sones
que se disfrutaban en la
parrilla de la radio
y sonaba a autóctono tanto
como a festivo.
Los domingos de El Tiesto, como por magia,
significaban un día de Feria
semanal;
─salvo en Cuaresma─
el esparcimiento de una
población
que buscaba con alegría, y
se sacudía
por el espejo retrovisor las
desdichas
de las vidas truncadas la
década anterior.
Francisco, maravilloso recuerdo que permanece vivo en tu alma, está lleno de sensaciones y hasta parece sentirse la música del saxo o del clarineete. La vida palpita en cada verso de un tiempo ya pasado pero que tú has hecho presente. Mis felicitaciones por estos versos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchísimas gracias, Ángeles. Como destacas, el recuerdo vivo de mi infancia en aquellas vivencias imperecederas. Gracias por tus palabras.
EliminarUn abrazo.
Tú eres un adelantado al pop y al rock and roll que vino después. Mi generación era más de guateque que de salón de baile donde los padres vigilaban a sus hijas desde la silla. Luego llegaron Los Bravos, Los Brincos y Los Pekenikes.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
Esto es un añadido previo a tus vivencias de guateques que también son las mías. Este recuerdo corresponde a aquel niño en el negocio de la abuela, donde sólo participaba echando una mano.
EliminarUn abrazo.