El río es una orquestina
cuyas notas brincan de risco
en risco
y se remansa en los meandros
de apacibles adagios.
En el espejo del agua,
la turbulencia de su mirada
buscando complacencia.
El concertino convoca voces
armónicas,
la melodía única, el eco
uniforme
sin las impurezas de las disidencias.
El oboe toma protagonismo
y con paladar de réquiem,
introduce una lastimera
salmodia
que contagia al conjunto de
melancolía.
En el sensible arco del
chelo,
un afilado dardo apunta bien
alto
soñando pleno en la idílica diana.
Cuando el río se hace
torrentera,
un quinteto sueña entre
peñas, juncos y adelfas,
con el pentagrama de la
Naturaleza.