En su mente, un abanico de
colores
que se derrama por la
Axarquía,
donde la higuera, el
almendro y la vid
son caprichos anillados a su
paleta juguetona
y una suerte pastel de matices
que reinventan lo bello
y lo enriquece de nueva existencia.
En su puntillosa pulcritud,
un manejo escrupuloso de sus
pinceles
sembrando los cerros de
vegetación soñada:
ahora olivares de la tarde
como olas cromáticas,
después almendros en flor
que juegan a los destellos
con las sombras pardas
y los celestes desparramados
por las pendientes;
luego amapolas irreverentes
sobre azur,
que aúpan el caserío en el
otero.
En los recuerdos de
juventud,
una palmera que se asoma como
enseña
por entre los muros
enjalbegados
al final del camino,
al tiempo que serpea entre
vides
y se encaraman detrás de
cada revuelta ascendente.
Sábanas tendidas en el
almendro,
paleta de azules esparcidos
por las lomas
y vertidos con ingenuidad
infantil;
rosáceos cielos que culminan
la sencillez
de lo cotidiano
como endulzando el esfuerzo
de arrancar a la tierra el
mejor de sus frutos
en las escardaduras.
Brumas, sombras grises,
nieve coronando las cimas
lejanas,
y en lo inmediato,
un festín de colores sacados
uno a uno
de la varita mágica de los
ensueños.
Como muy naif, en su candidez y en esa vocación de retorno a recuperar paisajes de la infancia.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
Prefiero esta pintura a la perfección hiperrealista, o a esas modernidades que se ven en Arco.
ResponderEliminarUn abrazo.
Una pintura que parece fácil pero que no lo es, siempre que estén bien hechas, como estas.
ResponderEliminarY tus letras el acompañamiento idóneo para ellas.Un abrazo.
Me han fascinado estas pinturas pues el estilo Naif me encanta desde siempre.Tus letras enrioquecen todavía más las pinturas.Saludos
ResponderEliminarMuy buen pintor, sus cuadros son como muy especiales, muy personales. Yo tengo la suerte de haber conocido a Evaristo en persona, sencillo y natural como su pintura.
ResponderEliminarMe gustan esas pinturas, sí señor.
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