Ha cesado la lluvia,
el sol se derrama por las
cornisas
y juega saltando a la comba
por tejados y azoteas,
dándole una paliza blanca a
la colada
y a quienes simulan
quehaceres
para subir a la cubierta,
solearse y solazarse.
Todo está brillante,
reluciente;
la lluvia pasada ha dejado
en estado de revista las
calles
y también las azoteas y los tejados;
bajo el alero de la casa de
enfrente
el barro ha tomado forma de
nido
y pronto serán familia
numerosa.
Al atardecer,
después del alboroto de los
aplausos,
vuelve el concierto del a
todo piar
y uno llega a pensar
que nos hemos mudado al
campo
abandonando el centro histórico,
a veces histérico de la
ciudad.
Como si viviéramos en otro lugar.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
Por aquí y por los pueblos del cinturón podemos ver cabras montesas, patos andando por la carretera y todo tipo de animales, que pronto volverán a esconderse, dicen que esto ocurrirá cuando vuelva la normalidad, ¡¡maldita normalidad!!.
ResponderEliminarUn abrazo.
Reconforta ver de nuevo salir el sol aunque lo veamos a través de las ventanas.Saludos
ResponderEliminarTu poema nos muestra esa nueva perspectiva de la ciudad, soleada, brillante y con el gorjeo de los pájaros. Parece el presagio de una renovación, que al salir bauticemos con nuestra presencia, bendiciendo el sol, la limpieza del ambiente y la voz alegre y generosa de la naturaleza.
ResponderEliminarMi felicitación y mi abrazo, Francisco.
¿Sa bes que los flamencos están en las playas malagueñas vacías de gente?
ResponderEliminarTu poema es inspirador, Francisco. El sol extiende sus brazos por la cornisa y espera, también, el concierto para abrazar a la gente. En tiempos de pandemia, no hay secretos en la barriada. Todos están más juntos y separados por muros. Las calles se reposan y la naturaleza revive en primavera.
ResponderEliminarUn abrazo solidario
El sol da vida y nacen bellos versos como estos. Saludos amigo Francisco.
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