Ha pasado por la naturaleza la solana
de julio, y la sed
ha revestido los campos de ocre
como labios cuarteados
de erial endémico;
junto a la piscina, el jardinero acciona
un estruendoso artilugio y huele a hierba
recién segada que evoca la lluvia,
—¡qué pena no apresar su aroma y eternizarlo—
media docena de familias se tuestan al sol
embadurnados de cremas y aceites;
los niños gritan, los abuelos cuidan y toleran
mientras los padres disipan vanidades;
el sauce llora su lánguido verdor
en sombra apaisada y melancólica
y una hilera de hormigas se afanan como chinos
ignorando tanta ociosidad.
Suena un teléfono
y su timbre se sobrepone al murmullo del agua;
más allá discuten
y esparzo la vista sobre el seto,
donde el verdor no admite competencia
con las hojas que ya amarillean;
tres jóvenes gallean en el agua
sus efluvios mozos con ahogadillas y cabriolas;
aquel lee, el otro parece dormido
y los niños chapotean el azul
que invita a reinventar la infancia;
en el parterre hay una explosión de color,
al otro lado rivalizan banalidades;
en el televisor se debe estar esfumando
otra nueva oportunidad
de medalla olímpica;
hace calor, es riguroso verano:
la vida es un sinfín de cosas a un tiempo.
Hola Francisco, asi es la vida. Te leo e imagino y evoco un recuerdo de cesped recien cegado. Cuidate.
ResponderEliminarQué maravillosa descripción nos regalas de un cúmulo de cosas de apariencia inacabable,aunque su sino es morir y renacer cada uno de los días estivales.
ResponderEliminarPensando lo que acabo de escribir...en cierto modo no acaban...sólo se van con la estación hasta el año próximo.
Me ha encantado.
Besos.
Si,Paco, coincido contigo. De ahora ena delante, cuando corte el cesped de mi diminuto jardín, evocaré el recuerdo de tus letras y pensaré en ese sinfín de cosas a un tiempo que es la vida.
ResponderEliminarComo siempre, me descubro ante tus letras.
Un besote