Me gusta poner en mis manos un manual de geografía e imaginar cada lugar que en él se describe. Ya sé que no todos los montes son iguales, ni los ríos igualmente caudalosos, ni todos los collados tan floridos, ni hay dos pastizales idénticos… Me gusta apoyarme en el texto e imaginar los paseos que me están privados y hasta me figuro compartiendo el almuerzo con mi amigo Felipe, con su segura aunque no probada generosidad. No puedo traer muestras fotográficas de mi virtualidad, como hace el de la mejana, pero a fe que me hace mucho bien respirar el aire fresco de las alturas y atravesar riachuelos desde el teclado del ordenador, donde el cansancio es más soportable.
Este fin de semana me han puesto a las puertas de casa un mercadillo ecológico. Ha representado para mí como si de un ángel bueno se tratase, un ángel que sabe de mis necesidades y me acercase lo inalcanzable. No quiero decir que el tal mercadillo fuera un sueño que se ha hecho realidad, sino que, como si alguien girase la esfera terráquea, ha puesto a mi alcance un paisaje distinto al rutinario que está de continuo en mi vecindad. Ha sido en la Alameda, un espacio acotado de tenderetes en el que el campo con sus artesanos se han trasladado hasta el corazón de la ciudad, para la cata y mercadeo de sus productos: frutas y verduras, quesos de cabras, mermeladas, pasteles y tortas, jabones naturales, vinos, y mieles de aromas muy variadas: lavanda, romero… Me recuerda la oferta aquellos productos desiguales que daba la huerta del abuelo, donde los tomates no eran todos uniformes, las patatas y las coles no eran todas del mismo tamaño, las naranjas eran más opacas que las abrillantadas del supermercado y hasta tenían pequeñas máculas que hablaban de la perfección de lo imperfecto. Todo es más caro que en el super, pero todo es distinto que en el super y con sabores que evocan el pasado.
Cuando esto salga a la luz, ya no quedarán mercancías, ni tenderetes, ni tenderos; habrá pasado la máquina barredora y se habrán borrado los indicios del acontecimiento; entonces, tendremos que volver al supermercado y quedarnos a la espera de otra oportunidad en la que el campo venga hasta nosotros. Desconozco lo que este pequeño trastoque de ubicación significará para cada una de las numerosas personas que allí se concentraron; para mí, por encima de todo, representó un escenario singular, un cambio rotundo en la monotonía de una geografía que cada día se repite; una mañana soleada, un día para soñar.
Pronto esos productos naturales sólo podrán verse en los museos. Debo considerarme un afortunado porque me traigo tomates -de los de verdad, feos y reventones- del pueblo de mi mujer cuando vamos en verano.
ResponderEliminarUn saludo.
Cuando viajo me gusta ir a los "mercaillos" de los pueblos y, como tú dices, compro naranjas feas de esas que tienen hasta polvo .
ResponderEliminarQue pena que todo eso se esté perdiendo. Un abrazo y que tengas buena semana .
A mí tambien me gustan mucho los mercadillos, monsieur, y muy poco los supermercados. Que le vamos a hacer. Esperemos que algun dia nos pongan uno permanente.
ResponderEliminarfeliz tarde
Bisous
Qué pena que este tipo de mercados no se hagan de manera más frecuente. Suerte que este fin de semana ha hecho bueno, sobre todo en Sevilla. Allí seguro que disfrutábais de temperaturas primaverales.
ResponderEliminarSaludos
En los pueblos de mi isla existen esos mercadillos, se ponen todos los fines de semana, el domingo es muy agradable ir a ellos y comprar los productos frescos de nuestros campos, muchas familias van como una actividad festiva del día, espero verlos mucho tiempo, en mi opinión son muy necesarios
ResponderEliminarun abrazo
Me encantan los mercadillos, recuerdo una vez que sembré con un amigo pepino y cuando estuvieron ya listos, nos íbamos por varios días a los mercadillos a venderlos, pero quizás lo que mas me gustaba era ver todas las frutas frescas que ahí encontraba, ahora todo ha cambiado, me da tanta nostalgia...un abrazo amigo, le envié un regalo =)
ResponderEliminarSiempre se está diciendo que todo el beneficio del campo se lo llevan los intermediarios, pero si se promoviera más que los agricultores vendieran sus productos directamente al consumidor -aunque no sean ecológicos- bajarían las cosas.
ResponderEliminarDesgraciadamente es inevitable. Todos acabaremos en el Carrefour queramos o no, así que aprovechemos mientras se pueda.
ResponderEliminarUn abrazo.
Francisco, nada me gustaría más que compartir contigo mi almuerzo o llevarte a mi huerto y asar unas costillicas a la brasa o aunque fueran unas sardinas...
ResponderEliminarNo disfrutas con los paseos, pero sí con otras cosas y sobre todo nos haces disfrutar a nosotros con tus escritos.
Seguro que en el mercadillo yo hubiera picado con el queso.
Yo no soy buen hortelano, pero sobre todo, los tomates y la fruta del huerto tienen otro sabor.
Es para mí un verdadero placer haber llegado hasta tí. Un gran abrazo
Cuando se comprueba que todavía quedan alimentos nsturales pensamos que no está todo perdido. Beso
ResponderEliminar