Con otras urgencias, se me ha pasado comentar que la semana pasada acudí al teatro a ver El alcalde de Zalamea, de Calderón de la Barca, por la Compañía Nacional de Teatro Clásico, en el Lope de Vega de Sevilla. No es fácil juntar más clasicismo, si no fuera porque la versión y dirección de Eduardo Vasco y la escenografía minimalista de Carolina González pusieron el punto de mira fuera de lo que uno espera de la Compañía Nacional, posiblemente por aquilatar presupuestos. No entiendo por qué versionar el teatro clásico; mejor dicho, sí lo entiendo: media en ello derechos de autor de quienes medran con obras ajenas, incapaces de hacer obras propias; si no, pregunten a los vecinos de Zalamea, a quienes la SGAE les exige pagar derechos de autor por representar esta obra, con origen histórico más o menos riguroso en este pueblo extremeño, escrita en el primer tercio del siglo XVII.
Pero no es una crítica teatral la que pretendo, sino mostrar el choque de valores que ofrece el texto sólido de don Pedro con lo que hoy se estila:
«Al rey la hacienda y la vida se ha de dar,
pero el honor es patrimonio del alma,
y el alma sólo es de Dios...»
Hoy casi nadie habla de Dios y nadie habla de honor; lo de la hacienda y la vida han tomado otros derroteros: la Hacienda se ha hecho mayúscula como departamento del estado recaudador, y la vida no hace falta darla porque ellos se encargan de quitártela.
No sé con cuanto rigor o desmesura, asistí en mi tiempo joven a aquella afirmación en la que alguien hacía una especie de juramento alegando ser un hombre y vestirse por los pies. Aparte de que ahora nos vestimos todos por los pies, sin distinción de sexo, la hombría, como el gesto de darse la mano, no es marchamo de garantía alguna. El honor no es moneda que vende. No hay más que mirar lo que nos ofrece el patio de vecinos de la televisión para darnos cuenta que hoy lo que vende, y a qué precios, es el deshonor: airear las otrora aventuras sigilosas y los cuernos con más fruto y gozo que quien patenta en el Registro de la Propiedad Intelectual. Por otra parte, no hay más que asistir al espectáculo político de tanto corrupto que, con las manos blanquecinas de harina, se agarran como lapas al sillón y hasta hacen un arabesco que en lugar de la dimisión le lleva a postularse como candidato.
Para no extenderme, el honor expresado por Calderón es hoy día un anacronismo, y el deshonor de hoy día una plaga que hace infecta la moral menos exigente.
Muy bueno, Francisco!
ResponderEliminarY centrándonos en el asunto teatral, en Lope, calderón y demás joyas de nuestra literartura... qué envidia me has dado, aunque la representación suese versionada, la puesta en escena minimalista...
ver teatro siempre es un regalo, un lujo. A mí s eme ponen los pelos de punta. Hace un tiempo largo que no voy... caramba, tendré que darle solución urgentemente a esta ansia que se me acaba de instaurar mientras te leía, me imaginaba y recordaba...
«Al rey la hacienda y la vida se ha de dar, pero el honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios...»
Un abrazo teatral y teatrero (es que yo soy una teatrera, titiritera y cómica frustrada... ays, qué vida ésta, katxis!)
;)
Francisco, en el aspecto al que te refieres, los tiempos ya no son los que eran, por desgracia.
ResponderEliminarSaludos
¡ Que pena Frncisco! Que aún sigamos aferrados a la grandeza de geniales personajes como Calderón de la Barca y Lope de Vega y nos encontremos inmersos en un tiempo vacío, donde impera el Ego y los grandes intereses monetarios.
ResponderEliminar¿ Podrá alguien recuperar algo de lo que fuimos perdiendo de a poco, casi sin advertirlo?
Te envidio por la obra teatral que fuiste a ver, pero advierto tu decepción por las innovaciones introducidas con respecto a la obra.
Un sincero abrazo
Me encanta el teatro clásico. De Calderón prefiero "La vida es sueño".
ResponderEliminarLo que no sabemos es cómo se mide el honor y el alma. Conceptos abstractos fácilmente manipulables, dependiendo de quién los utiliza y con qué objetivo, como el concepto de patria. Ahí está la cuestión.
Un saludo.
Cuanta verdad en tan pocas palabras Francisco. El honor es un vocablo que parece de otros siglos. Nos hemos olvidado de los valores y ahora sólo importa el TENER, mas o no así el SER. Ojalá podamos desinfectar la moral de tanta plaga.
ResponderEliminarUn abrazo muy grande y te deseo una estupenda semana.
Enhorabuena Paco, de una sola tacada has puesto el dedo en la llaga de un sinfín de cosas: Elogio del teatro clásico y de los clásicos, crítica a versiones no muy adecuadas de estos y a la SGAE, denuncia de la pérdida de valores y de gentes y programas de la televisión basura. Todo ello de forma acertadísima. Eres un fenómeno. Un abrazo
ResponderEliminarUn clasico de toda la vida. He tenido la oportunidad de verla unas cuantas veces.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho ese mirar sabio y la analogía ente y entre...
Un beso y feliz semana
Yo fui a verla hace unos meses, cuando estaban en Madrid. Fui con alumnos y sí, estoy de acuerdo contigo en que hoy en día es anacrónica esa idea del honor.
ResponderEliminarUn abrazo!
En un mundo cómodo, lo que cuesta algún esfuerzo está pasado de moda.
ResponderEliminarSaludos, compañero.