12 mayo 2010


Estos días programa el Teatro de la Zarzuela de Madrid Los diamantes de la reina, una zarzuela de las llamadas grande, que fue estrenada el 15 de septiembre de 1854, dos años antes de que se inaugurara dicho teatro. Su autor, Francisco Camprodón, hizo una bella e inteligente adaptación de la opera-cómica francesa Les diamants de la couronne, de Eugène Scribe. La música es obra de Francisco A. Barbieri: una virtuosa creación, perfectamente ensamblada con las circunstancias de la acción y la idiosincrasia de los personajes, donde lo hispano se hace un lugar propio.

Se narra una peripecia con mezcla de drama histórico y comedia sentimental, como corresponde a los gustos de la época, donde todavía pervivía el deleite por el romanticismo. La acción se desarrolla en la corte portuguesa, tras el reinado de José I, durante la minoría de edad de su hija María Francisca. Consta de tres actos, localizados en tres escenarios bien distintos: el primero corresponde a una cueva, refugio de ladrones, donde la futura reina -disfrazada- se hace pasar por sobrina de Rebolledo, el jefe de la banda; el segundo tiene lugar en los jardines de palacio del Conde de Campomayor, lugar en el que Diana va a contraer matrimonio en contra de su voluntad; el tercer acto acontece en el Palacio Real de Lisboa, en el momento en el que Catalina va a ser coronada reina. Tras los ocultamientos de personalidad y las peripecias de desenmascaramientos, todos los personajes resuelven sus problemas amorosos, por la bondad de la monarquía, envueltos por la romanza de Catalina ¿De qué me sirve, oh cielo?, uno de los momentos cumbre de la zarzuela que termina con el feliz y brillante coro y marcha de la coronación: Rasga los aires eco marcial.

Una zarzuela que deja el regusto de ópera, en la que destacan números musicales como: el bolero cantado por Catalina y Diana en el acto II, Niñas que a vender flores; el coro de monederos falsos, Vuelta al trabajo, basta de holgar; la balada con que Catalina enamora al Marqués, En noche callada; y el dúo de Sandoval y Catalina, ¿Por qué me martiriza?. Una escenografía extraordinaria, una orquesta fabulosa y unos intérpretes con largos repertorios operísticos que les avalan. Los momentos divertidos los ponen las situaciones de farsa, especialmente acentuados por el coro y “los apartes” de algunos personajes que hacen complicidad con el público. ¡Magnífica puesta en escena!

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