Cuando vivimos las mieles de la bonanza económica, nos parece que todo en la vida es un camino ascendente, un progreso indefinido que no puede tener vuelta atrás. Nos acostumbramos a vivir la dulzura del estado del bienestar y ello lleva parejo mirar cada día más y en exclusiva para nuestros propios intereses, sin importarnos qué está sucediendo con quienes están fuera de nuestros límites; entonces fortalecemos nuestras fronteras y afilamos los colmillos de nuestros perros de presa poniendo siete candados a nuestras pertenencias: el disfrute de los bienes se han convertido en el motor de nuestras vidas.
Hemos vivido la orgía del derroche y ahora nos toca bailar con la austeridad; un duro trago para todos los que pensábamos que nada tiene fin y que los dispendios del ayer sólo eran bagatelas para lo que nos esperaba en el futuro. ¡Qué esperanzado es el viaje de ida y que triste el de regreso! Se nos olvida con demasiada frecuencia que la vida es un camino, un movimiento continuo con sus subidas y sus bajadas, con sus curvas y sus rectas, con llanos y precipicios; ojalá que aprendamos la lección y que la hiel de la austeridad sirva de lección a nuestros herederos, aunque ya sabemos que nadie aprende sino de sus propios fracasos.
Pues.... ojalá y aprendamos porque yo creo que si los que nos representan siguen con un febril derroche no se muy bien,donde está el aprendizaje..El ejemplo es fundamental para enseñar o para que aprendamos.Saludos!!!
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