Aguas cristalinas en movimiento,
gorjeos y ecos musicales;
mi inocente mirada se pierde
persiguiendo a una hoja amarillenta
que navega la aventura final de su vida,
o tal vez, se despeñe al cruzar bajo el puente.
Canta mi corazón infantil
rememorando las aventuras en el río,
tiempo dormido, agitado y exaltado,
brincando de piedra en piedra
y escabulléndose entre el cañaveral
como frontera de lo prohibido y refugio.
En mis horas ancianas reviven inquietas
la agitación y también las mojaduras del ayer,
la diversión sorteando los peligros
y también el regocijo de los prohibido.
Aguas mansas de mi domesticada infancia.

Heráclito no tenía razón: el río es el mismo. Hemos cambiado nosotros, no el agua.
ResponderEliminar