Me resistí lo que pude, pero
cuando el hambre aprieta, no queda otra que doblegar y envainarse la dignidad. En el zaguán, el
guarda de seguridad me tomó por voluntario y cuando comprendió su error me
indicó que pasara al comedor. Es un edificio solemne de la calle Misericordia
que regentan los hermanos de San Juan de Dios. El panorama era desolador.
Frente a mí, compartiendo mesa, la corte de los milagros, esa que describía
Cervantes en la Novelas Ejemplares y que sigue enraizada y aumentada en la
ciudad del Guadalquivir. Sin distraerme del plato, traté de localizar a Monipodio
sin conseguirlo. No todos eran hampones aunque sí hambrientos. Entre los
comensales, pordioseros de toda la vida, negros, rumanos, hispanos y todo el
aluvión de nuevos empobrecidos que ya agotaron los ahorros y todo los recursos
familiares. En estos casos son los amigos los primeros en abandonar.
Yo no les culpo. No hace tanto
que cambiaba de coche cada tres años y siempre por uno superior. He ganado
mucho y he dilapidado todo, hasta que se desinfló la burbuja inmobiliaria y la
empresa y yo nos fuimos a la porra. No tengo nada y lo debo todo. No paro de
observar a mi alrededor, pero no me siento observado. Aquí todos van a saciarse
y nadie se ocupa del otro. Un grupo de voluntarios sirven y limpian las mesas
con la afabilidad de buenos servidores, pero sin la pericia de los
profesionales de los grandes restaurantes. El que está junto a mí se acaba de
guardar el medio bollo que le ha quedado y se percata de que le observo: “ahora
estoy satisfecho —me dice con su sonrisa desdentada—, pero por la noche seguro
que vuelven a sonar las tripas”. Asiento con la cabeza y hago lo propio. Al momento,
se acerca una monja y me pregunta si he quedado satisfecho, a lo que digo ruborizado
que sí. “Yo estoy bautizado, hermana, pero la vida me ha llevado…” No me dejó
seguir y me invitó a que volviera al día siguiente. “Mañana tenemos ducha y
ropa limpia, siempre que venga antes de las 11 de la mañana”.
El último baño me lo di en el
hotel Macarena y les dejé el pufo; fue la última vez que desayuné opíparamente.
Ahora mi aspecto no es creíble para
repetir una faena similar. He volado alto. La trabajadora social del comedor me
remite a Bienestar Social para que me tramiten alguna ayuda y que solicite
plaza en el albergue municipal. Estos días de lluvia no es fácil dar con un
refugio que no se llueva y pronto será el frío. Interpuse un recurso ante el
juzgado por la adjudicación del banco del chalé y el BMV, pero todo fue inútil.
No hay piedad, como yo tampoco la tuve con los empleados a mi cargo, los
negritos de los semáforos y los que duermen en los cajeros de los bancos,
quienes me eran molestos y ahora son los que me orientan. Esta crisis nos está
uniformando a todos por la escala inferior.
Todos nos preguntamos donde han ido a parar las ganancias de estos años pasados, cuando los pisos se vendían como churros y un albañil de 18 años ganaba más que un catedrático.
ResponderEliminarEfectivamente, el dinero, como la energía, ni se crea ni se destruye, cambia de manos.
EliminarUn abrazo
Hola, Francisco:
ResponderEliminarEs una triste realidad, la crisis nos pone a todos en una encrucijada. Yo la la estoy viviendo en carne propia, con la gran la diferencia de que aquí no hay comedores y le toca a uno defenderse como pueda... Dios en muy bondadoso, aprieta pero no ahorca.
Un abrazo.
Incluso todo el mal sirve para descubrir lo bueno que trae tapado: en España se ha destapado una generosidad y solidaridad antes desconocida; la gente sabe que hay muchos que lo pasan mal y colabora en favor de los más necesitados.
EliminarUn abrazo
Es una cruel realidad para algunos esa que describes. Los buenos tiempos han pasado cuando hace bien poco nadie, ni en su peor pesadilla, creía que ahora estaríamos inmersos en la época de las vacas fracas. Un abrazo desde mi mejana
ResponderEliminarFelipe, al principio creímos que se trataba de una pesadilla, pero estamos en una pesada tortura que no se le ve el fin. Algunos dijeron que era un mal de nuestro anterior gobierno, pero ahora vemos que esto tiene poco que ver con los gobiernos, sino con quienes manipulan a los gobiernos.
EliminarUn abrazo
Qué realidad más triste: la pobreza aumenta de modo galopante y los indigentes son cada vez más; lo peor es que no se sabe como frenar y como acabará todo. Sólo podemos dar solidaridad. Saludos cordiales.
ResponderEliminarEso es al fin lo más triste, no saber cómo atajar para siempre este asunto. Cada día son desahuciadas y/o despedidas del trabajo más personas, más nombres y apellidos que engrosan esta lista enorme de ciudadanos en desgracia.
EliminarUn abrazo
Seguro que esto que nos cuentas es algo vivido por alguna de las personas que asisten al comedor social donde realizas tu trabajo de voluntario, desgraciadamente muchos de ellos están ocupando plaza de indigentes en esos comedores a lo largo y ancho del país, el ladrillo los ha golpeado.
ResponderEliminarSaludos
No entro en detalles, pero cualquier parecido con la realidad no es coincidencia, sino evidencia constatable.
EliminarUn abrazo
Qué relato más veraz y actual. Hay muchos que fueron "algo", se creyeron "mucho" y despreciaron "más" y ahora como dices se asesoran de los que antes despreciaron.
ResponderEliminarQué inteligente es el dicho del abuelo "no gastes más de lo que ganas"...
Como te dije voy voluntaria a un comedor y es una pena ver a personas que antes triunfaron y ahora mendigan y si se descuidan los de al lado le cojen sus cosas.
Gracias, Paco por esta entrada tan triste pero real.
Al margen de que hay personas más previsoras que otras, a todos nos han empujado a ese consumo alocado poniéndonos el caramelo en los labios: "compre hoy y pague en primavera..." Hasta los cruceros los siguen vendiendo a pagar en cómodos plazos. Lo que era exclusivo de bolsillos poderosos puesto al alcance de todos. ¿A quién amarga un dulce?
EliminarBesos
Hablar de 4.800.000 parados, es hablar de un número frío de siete cifras. Hablar de una persona y de otra y de otra es poner la triste realidad al alcance de los ojos y del alma. Gracias por contarla de este modo. Ángel
ResponderEliminarAngel, las cifras son frías, pero no las caras de desesperación de las personas.
EliminarUn abrazo
Ojalá no tuvieses que escribir de tema. Es terrible y no se ve un final en el horizonte.
ResponderEliminarUn abrazo Francisco.
¡Ojalá, Elena, ojalá! Y como dices, lo frustrante es que no se ve la luz al otro lado del túnel.
EliminarBesos
La crisis nos iguala por abajo. El panorama es desolador. Y cada vez Sevilla se parece más a esa otra que retrata Juan Eslava Galán en "El comedido hidalgo".
ResponderEliminarUn saludo.
Nos invitaron al banquete simulando que todos éramos iguales por arriba; ahora nos topamos con la cruda realidad, esa que mencionas del genial Eslava Galán. Hoy son muchos los hidalgos desposeídos.
EliminarUn abrazo
Cada vez hay más gente en situaciones de desamparo económico. La crisis golpea sin miramiento, me temo que alguien está sacando tajada de todo esto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Eso sin lugar a dudas. Como he dicho en otro comentario, el dinero no se destruye, sino que cambia de manos y en forma muy ventajosa.
EliminarUn abrazo
Uffffffffff, Paco, qué fuerte. Y lo malo es que cualquiera de nosotros mañana puede estar en la misma situación.
ResponderEliminarMi padre nos dice que si ganamos 10 gastemos 4 y guardemos 6, tal vez algún día tengáis que tirar de ello. Mejor que no, pero si llega el caso, ahí lo tendréis. Nuestros mayores han ahorrado mucho porque nunca tuvieron nada, y cuando la vida les sonrió y ganaron cada mes un poco, guardaron para cuando hubiera vacas flacas. Yo recuerdo hace muchos años de ver a mis abuelos paternos y a mi padre arrimados a la lumbre sin luz, y preguntaba que por qué apagaban la luz y me decían que para hablar no hacía falta la luz. Así ahorraban energía y dinero.
Según están los trabajos hoy día, la vida nos puede dar un cambio y mañana no tener nada, y tener que comer en un comedor social al lado de cualquier persona en nuestra misma situación.
Saludos y besos
Es cierto lo que nos contaban nuestros mayores, pero ¡es tal dulce la subida...!
EliminarBesos
Tú lo dices en tu relato, se ha ganado mucho y mucho se ha dilapidado, ahora vienen las vacas flacas y todos somos iguales, bueno no todos, los que han gastado más de lo han ganado o los que han vivido al día, han ganado mucho y lo han tirado, ahora se ven en los comedores sociales, nos da pena de ellos, pero como dice tu entrada, antes ellos no tenían miramientos con sus empleados, esto es como la pescadilla que se muerde la cola.
ResponderEliminarDices que has leído que es un barco pirata, sí que lo parece; no sabía que han abierto cuestación para sacarlo de la playa antes de perder los derechos sobre él.
Un abrazo, hasta pronto querido amigo
Lo que demuestra esta situación es que la historia es cíclica, que los mayores ya conocieron una situación muy calamitosa donde el auxilio social distaba mucho de la asistencia que reciben hoy los caídos en desgracia. Pero como no aprendemos de la historia, estamos condenados a repetirla.
EliminarUn fuerte abrazo compartido
Ya no hay contratos indefinidos, ni la seguridad de los funcionarios. Ahora cualquiera puede acabar en la calle de un día para otro, sin oficio ni beneficio. Nos arrepentiremos de habernos reído de la miseria del otro, porque ahora seremos el hazmerreir de otros, quienes a su vez engrosarán la lista de la pobreza con nosotros.
ResponderEliminarSaludos
Creo que sí, Carmen. Reírse de la desgracia de otro es como escupir en contra del viento, termina cayéndote encima. Hoy nadie tiene los pies sobre tierra firme, salvo los que pusieron su capital a buen recaudo en paraísos.
EliminarBesos
Tengo contacto con dos comedores sociales y hace ya bastante tiempo que, además de acudir a ellos, los clásicos indigentes de toda la vida, ahora asisten cada vez más personas que jamás antes pensarón que iban a usar sus servicios. Lo más terrible es que las cifras del paro aumentan y aún no se vislumbra el final de este tunel, tan negro para muchos semejantes nuestros.
ResponderEliminarDesgraciadamente tu post no es un relato de fantasía sino una historia real.
Un fuerte abrazo.
Aquí -imagino que en otras ciudades también- están acudiendo familias con sus hijos. En concreto en este comedor del que hablo hay una salita habilitadas para estos casos, para que los niños no se vean involucrados en esa masa. Finalmente han optado por darles la comida a los padres para que los niños coman en casa.
EliminarUn fuerte abrazo
El panorama es desolador y las angustias personales sólo verdaderamente conocidas por quienes las padecen. Y lo que es peor: ahora hay una gran sensibilidad por la desgracia y la pobreza ajena, pero cuando esto empiece, tarde o temprano, a arreglarse se olvidará rápidamente que la angustia y necesidad seguirá para muchos durante mucho tiempo aún.
ResponderEliminarUn saludo.
Seguramente pasará como anticipas, pero antes, ya muy próximo, es tan grande el número de personas necesitadas y tan pocos los medios de ayuda, que es posible que no alcance para todos. Se hace urgente otras medidas más serias y contundentes que la generosidad de las personas.
EliminarUn abrazo
Conozco el caso bastante de cerca. También hace muchos años vivimos esta situación, yo era una niña. Tal vez por eso siempre me ajustado a lo que tenía. De menos a más es fácil pero viceversa es traumático. Y cuando se tienen hijos ya ni te cuento. Y siempre lo digo, no son números, son personas de carne y hueso. Yo conozco a muchos que están en el paro, y otros a límite y son cercanos. No sabemos cuando nos puede tocar.
ResponderEliminarBss y buena semana
El número de personas en desgracia es de tal envergadura, que es rara la familia que no tiene algún miembro en esta situación. La familia es la primera que sale al paso de las necesidades de los suyos, pero llega un momento que son desbordados.
EliminarBesos
Tienes razón, se hacen necesarias otras medidas aparte de la generosidad de las personas. Pero tú sabes igual que yo, que eso es lo primero que funciona y lo único que de verdad nos acerca a los demás. Somos náufragos del mismo barco; antes o después, nos afecta a todos. La miseria es una lacra contagiosa, por mucho que nos empeñemos en ignorarla, nos roza siempre; si no es en la piel propia es en la de alguien cercano o querido.
ResponderEliminarAhora bien, (y no es el consuelo del tonto), nunca nadie se las ingenió desde la opulencia; nunca hubo tanta creatividad ni afán de superación como en épocas de crisis... Quién sabe, tal vez era necesaria esta "revolución" para tomar conciencia de lo inútil de tantas cosas como fuimos capaces de ir acumulando; cosas que se llevaron nuestros dineros y que, a cambio, sólo nos dejaron insatisfacciones. ¿Aprenderemos además de sobrevivir? Sólo cada uno tiene su respuesta.
Absolutamente cierto. La crisis es una oportunidad para el crecimiento y para valorar a quienes nos rodean. Sólo desde abajo se puede crecer e innovar; cuando se está en la opulencia sólo se piensa en disfrutarla, y de esos polvos estos lodos. Gracias por tu comentario.
ResponderEliminarBesos
Que tristeza esa realidad...Aquí hace mucho tiempo atrás vi como amigos perdían casas y coches para pagar prestamos hipotecarios o solo prestamos por no poder pagar la cuota ni los intereses altos que acumulaban...personas que tenían hasta 2 o 3 carros iban en colectivos y parecían esconderse para que no los vieran...mucho se ha dicho de mi presidente en el exterior, pero recuerdo también que fue él quien pidió revisión de esas cuentas y a las personas que ya habían pagado casi toda la deuda y mantenían eran intereses sobre intereses se les devolvió sus casas...o el dinero cobrado en exceso...cosas que pasan en nuestro insólito planeta.....por cierto, me encantaron tus palabras en mi blog...un fuerte beso...
ResponderEliminarAunque al escribir me refería a uno de los miles de casos puntuales de que suceden en España, soy consciente de que este problema es universal como universal es el ansia de insaciable del dinero. En otros países lo han padecido antes, lo están padeciendo en este mismo momento, o están viendo las orejas al lobo de lo que se les avecina. Ante esta injusta situación, no debemos tener los "labios sellados", sino responder con gritos a esta injusticia.
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