El autobús dejó atrás los 41
grados de Sevilla buscando un chapuzón en el Atlántico, pero cortés y sinuoso
en su despedida, atraviesa el centro urbano de Dos Hermanas sin ni siquiera
parar ni subir o bajar persona alguna. Extensiones de olivos en el margen
izquierdo y derecho, salpicado de naves industriales, rastrojos amarillos y
alguna que otra parcela de girasoles. La A-471 está jalonada de ventas,
repartidas de forma estratégica a lo largo del camino. De vez en cuando una
rotonda y más rastrojos, un cañaveral delimitando el arcén y un sinfín de
cruces de caminos para desvirtuar la orientación. Los Palacios, con su
inevitable recuerdo a sabor de los mejores tomates, nos aporta dos nuevos
pasajeros. Grandes maizales como de medio metro de altura y pujante desarrollo
verde, acequias aéreas como vasos sanguíneos virtuales que beben del
Guadalquivir. Ahora, un campo verde de floración amarilla que mira al sol;
luego, algodón incipiente y más maíz. Una hilera de eucaliptus delinean el
camino y, de repente, una nave con tractores a la puerta: es sábado tarde; el
sol en caída y la jornada agrícola concluida o a punto de hacerlo. Aspersores que crean una
lluvia artificial y generosa; automatismos o campesinos que estiran el día más
allá de los límites naturales. El tendido eléctrico va paralelo al camino y de
pronto cruza por los sembrados buscando la rectitud que no tiene la carretera
ni las lindes parcelarias. La diversidad colorista de la mezcla de sembrados es
una paleta multicolor que abarca toda la gama cromática. Una nueva rotonda nos
desvía hacia Las Cabezas de San Juan, encaramada en un otero. Alguien sube y
baja; de nuevo un paseo urbano con los sobresaltos de los badenes siempre
sorpresivos. El azar ha querido que el sol poniente de por el costado contrario
de mi asiento. Ya no vuelven los olivos, pero se repiten los trigos, los
maizales, los campos de algodón y remolacha, los girasoles, y se multiplican los
aspersores que esparcen sus bondades a la caída de la tarde. Son pocas las
casas de labor y muchas de ellas abandonadas; el automóvil ha acercado el campo
a la urbe: todo es rural, pero menos. Por la marchen derecha, un pajizo
rastrojo tiene esparcidas centeneras de alpacas como bloques salidos de las
manos de un cantero. Junto a la acequia, los girasoles son más robustos y en
las colinas padecen raquitismo. Nos acercamos a Lebrijas; un enorme silo
preside la panorámica en la distancia y una hilera de palmeras encauza la
avenida de acceso a la población. Se detiene el autobús junto a un despoblado
parque infantil, donde varios abuelos tocados con gorra de visera ocupan los
bancos. Sube al autobús una joven con vestido largo y hiyab, sin apenas rasgos visibles; a la izquierda una fila de casas
diseñadas con el mismo cartabón y de nuevo en ruta. Un canal de dos metros de
anchura por debajo del nivel del arcén, del que se alimentan las acequias; viñas,
numerosas viñas y algunas casas nos acercan a Trebujena, comarca vitivinícola
de tierra blanquecina sobre la que verdean las viñas. De pronto, en un
rastrojo, una cabaña caballar como de unas treinta o cuarenta unidades pastando a placer. No
veo el río, pero se intuye cercano y manso camino del abrazo marítimo, el mismo
que nosotros buscamos en Sanlúcar; mientras, el campo ha cambiado su fisonomía
y aparecen los primeros molinos como gigantes aéreos de la energía. Predominan
los trigales a la izquierda y las primeras extensiones de marismas a la derecha
de la carretera. El autobús acelera para cumplir con el horario; un rebaño de
vacas pasta y muge, vigiladas por las enormes aspas giratorias. En lo alto de
una loma, una vieja casa de labranza destruida y a sus pies verdea una viña
sobre el gris pálido del suelo. Tras un recodo, una ladera sembrada de placas
solares dando cara al oeste. El sol ya no hiere, pero se ha cambiado de acera y
me da en los ojos apenas sin fuerzas: estamos en Sanlúcar de Barrameda. Huele a
manzanilla o se intuye al leer los numerosos rótulos de sus bodegas. Por el
cruce de una calle, sin esperarlo, el mar. Entre bodegas, badenes y rotondas,
dejamos la ciudad en paralelo al Atlántico y enfilamos hacia nuestro destino en Chipiona, donde la
agricultura se embellece y aroma con la industria de la flor cortada.
Magnífica descripción que me ha resultado corta de lo interesante y bien escrita. Enhorabuena.
ResponderEliminarCon los calores que se padecen en un bus, lo sorprendente es que puedas detallar cada paso de ese trayecto, de haberlo hecho yo me hubiera entrado un sopor que hubiera despertado en destino.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me traes recuerdos de una zona que he visitado alguna vez.
ResponderEliminarEn Sanlúcar se comen los mejores langostinos de España.
Y en Chipiona hay un vino dulce de pasas que quita el sentido.
Un saludo.
Buen relato descriptivo.
ResponderEliminarUn saludo
Lindo viaje por esas tierras andaluzas más lindas si cabe, que lo disfrutes amigo Francisco
ResponderEliminarBssss
Qué viaje más ameno en autobús. Ni siquiera se me hizo pesado.
ResponderEliminarUn abrazo Francisco.
Hace siglos-más o menos :)-que no viajo en autobús y tú lo has pintado de una manera que me dan ganas de ir a tomar uno ahora mismo.
ResponderEliminarClaro que el recorrido sería bien distinto!
Besos.
Mire qué excursión tan bonita hemos dado con usted. Me representa lugares que aún no conozco, y que algún día quisiera visitar. La próxima vez será con mis propios pies! Bueno, y con el autobús.
ResponderEliminarFeliz día, monsieur
Bisous
Te deseo feliz estancia. He conocido Chipiona ese año, aprovechando el campeonato de motociclismo de Jerez.
ResponderEliminarSanlucar suele ser el lugar de alojamiento y la Plaza del Cabildo donde recargar tras el viaje. El mercado a abastos es un deleite para los sentidos.
La luz de Cádiz es especial, como sus playas, como su gente.
Un beso
Hola Paco!!! No tener que conducir, que te lleven, tiene como resultado esta maravillosa descripción de un viaje. Besos cariñosos primo!!!
ResponderEliminarQue lo pases muy bien. Esa fue mi segunda parada en ,i viaje de novios. Chipiona. La primera Córdoba y luego Portugal.
ResponderEliminarUn abrazo
¡Que agradable para mí pasear por el sur con tan buen guia! Contemplar ese bello paisaje tan multicolor. Lo que me ha sorprendido es lo de los maizales que hace muchos años no se veian por el sur y si por el norte, sobre todo en Galicia. Aquí casi llegaron a desaparecer y ahora han vuelto y supongo que por el mismo motivo que ahí, no tanto como forraje parar el ganado (que era el uso habitual en Galicia) sino por la amplia gama de insumos industrialesque se obtienen del mismo y al parecer bastante valorados.
ResponderEliminarLa primera vez que fui a Andalucia (A Sevilla, Cádiz y Córdoba)era el mes de mayo y tengo un recuerdo imborrable de extensos campos verdes cubiertos de amapolas entre plateados olivares.¡Una belleza! Ahora con el riego, la maquinaria industrial, etc. se ve de casi todo en todas partes.
Un cariñoso saludo.
Una machadiana descripción de un viaje hacia el Atlántico. Espero vivir en primera persona parte de esos parajes dentro de unos días.
ResponderEliminarUn abrazo y a disfrutar de Chipiona.
Jolines Paco, que bien narrado el viaje. Si es como si hubiera ido a tu lado en el autobus (con permiso de tu señora). Me ha encando como lo has contado, no has perdido detalle. Si aun estas allí que os divirtais y lo pasen de maravilla.
ResponderEliminarCuidadito con el sol que en estos días no respeta a nadie.
Saludos y un abrazo