La noria de la vida
lo había aupado al garito
más prestigioso
de la ciudad noctámbula,
allá donde se trasiega el
alcohol,
miradas con acuse de recibo
y sustancias prohibidas.
Él era un todo integral con
la doble
curvatura de su saxo,
con el que había aprendido a
transmitir
y a contagiar lágrimas
negras
entre luces de neón
y vaharadas densas de humo.
En sus ojos el negro colirio
de la noche
y en su día la
contracorriente
de divertir a insomnes y
bajos mundos.
Antes, en los sótanos del
Metro
todo había sido inapreciable
y transitorio:
madrugada por aurora,
miradas compasivas o desprecio
opaco
por reconocimiento y clamor;
a lo sumo unas monedas,
los altibajos de los cangilones
de la vida.
Son muchos los artistas callejeros. La mayoría de ellos se quedan en el anonimato, como les pasa a escritores, artistas...
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
Tú deberías estar en todas las librerías que se precien. Estás en la mía, aunque no sea importante.
EliminarUn abrazo.
Un drama que es más abundante de lo que quisiéramos. La boda del artista no es fácil.
ResponderEliminarUn abrazo grande.
La vida, jaja.
ResponderEliminarBuena metáfora "la noria de la vida", Francisco...Esa noria que prueba al protagonista de tu poema y que sabe resistir con integridad y amor a la música. Bello homenaje a todas esas personas, que la fortuna y el éxito no les cambia, siguen siendo honestos y fieles a si mismos.
ResponderEliminarMi felicitación y mi abrazo, poeta y amigo.