El gusano se quedó dormido,
se abarquilló sobre sí
cuando le blanqueaban flecos
que luego amarillearon
y fueron un saco de dormir
de seda.
No sabemos si se echaron a
soñar juntos
en una caja vacía de zapatos,
imitando al gran plantígrado
del polo
en su siesta hibernante.
Pasaron los meses como
pátinas de olvido,
sin novedad alguna;
finalmente, un murmullo de
aleteos
dio nuevos ecos a la caja:
ahora alas brillantes, como
de polvo dorado,
como tornasoles de estrellas
que no hacían nada por
levantar el vuelo.
En el reloj biológico, un
nuevo paso
sin atrasos ni adelantos,
un eslabón de vida
como semilla de grano que
muere en tierras para dar vida
en la frontera de lo
milagroso,
de lo cercano y al tiempo
lejos de nuestra voluntad.
A mí me gustaban mucho los gusanos de seda. Hasta que revoloteaban las mariposas esas tan horribles, poniéndolo todo perdido de manchas y de huevos. Creo que es el único caso en que la oruga es más bella antes que tras producirse la metamorfosis.
ResponderEliminarUn inciso: a Dani, el hermano pequeño de un colega de la infancia, le gustaban tanto que hasta se los comía. Un día me dijo Oli: "ven a casa, que te voy a enseñar mis gusanos". Y allí estaba su hermano pequeño, con la caja abierta y la prueba del delito en su boca y sus manos.
Un abrazo, Paco.
Fascinante esa metamorfosis de los gusanos de seda que yo he tenido en cantidad de ocasiones.Saludos
ResponderEliminarCon los gusanos de seda tengo una anécdota de cuando era niño 6 o 7 años e iba a un colegio de monjas que también tenían gusanos de seda, les llevaba morera, o al menos eso creía, que recogía de camino al cole, hasta que se murieron todos los gusanos, esas monjas ya no quisieron las hojas que tanto se parecían a la morera.
ResponderEliminarUn abrazo.
Una descripción minuciosa del poeta que como el pintor observa y graba para volcar en papel o lienzo belleza y detalle con minuciosidad. Me encantó. Beso
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