Un perro ladra ausencias
y un bebé llora las
pesadillas
de la noche
ensartadas de silencios
lúgubres.
En la madrugada,
todos los sonidos son
lastimeros
y los goznes de las puertas
más chirriantes que durante
el día.
Silencio.
Se ha callado el bebé
y también el perro.
En el silencio se magnifican
los miedos y se amodorra el
reloj
haciendo los minutos elásticos.
El duermevela es la zarza
de frutos verdes e
indigestos
con púas aceradas
que se clavan a lo largo del
cuerpo.
La mañana, aun distante,
se hace esperar y el sueño espeso
se ha elevado como humo de
cigarrillo
por el husillo de las
pérdidas.
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