A vosotros, mis hijos,
os entrego en herencia lo
que soy,
no lo que tengo,
que apenas es nada.
Os entrego este sol y este
río,
y esta fuente cristalina
y este sonrisa agradecida a
Dios
por haberlo permitido.
Os entrego este horizonte
que iluminó en mis ojos mil
aventuras,
que me hizo soñar con
ultramar
y con el inicio occidental
de la vida inteligente,
fuente del saber.
Os entrego esta sed por
apagar ignorancias
y estos olivos
que fueron unción de todo
alimento,
base piramidal, junto al
cereal y la parra.
Os entrego la piedra donde
tropecé
para que aprendáis a
eludirla.
Os entrego mi fidelidad
y también mis errores…
Si pudiera, si yo pudiera,
abriría caminos,
rellenaría baches,
enderezaría los recodos
para que vuestro pie no
tropezara jamás;
pero la vida es un camino
individual
que nadie puede andar
en los zapatos de otros.
Y os entrego mi amor, como
joya de la corona
de todas mis posesiones. Ese
que arde
y no se consume, ese que por
siempre perdura
y no se gasta con la mucha
dación.
La mejor herencia, el ejemplo.
ResponderEliminarEl título "correcto" del poema sería:
"A ustedes, mis hijos."
Un abrazo, Paco.
Dudo que tengas ese tratamiento con tus hijos; desde luego, yo lo hago en primerísima persona.
EliminarUn abrazo, Cayetano.
No se puede ser mas grande bpor Dios
ResponderEliminarMuchas gracias, Mariana.
EliminarUn abrazo.
Es una herencia total que nada tiene que ver con lo económico, que es bueno porque también denota que hubo esfuerzo en el legado material. Pero lo puro y perdurable es lo que damos desde el corazón. Abrazo
ResponderEliminarEs, en mi opinión, el mejor patrimonio. Muchas gracias, Rosa María.
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