Era la edad donde el
enamoramiento
se hace fiebre repentina,
con sus arreboles de timidez
en ambas mejillas.
Desde los primero pasos de
acercamiento
la receptividad era pancarta
no enarbolada ni rotulada,
que acababa en el
conocimiento
de todo el vecindario.
Así era el paseo en mi
lejana juventud,
el mismo camino eterno
y unos prolegómenos
marcados,
hechos rito por una sociedad
donde las formas eran parte
del proceder de las
personas:
“fulanito y menganita se gustan”
Ella era una flor recién
abierta,
cuyo aroma subía como
torrente
hasta inundar mi contenido
deseo;
su rostro, un óvalo
perfecto;
la melena, recogida en una
trenza,
oscilaba a capricho de un
lado al otro
como péndulo para mi
contemplación;
en sus ojos, la trasparente
inocencia
y en sus labios el candor
de una fresa entreabierta y
en sazón.
A la hora de la despedida,
apenas un roce fortuito
y en su rostro la lividez
de una serpentina
descolorida
que se desplomaba de
melancolía.
¡Ah, esos primeros amores de la pubertad!
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
Esos que te levantan el estómago y que la gente describe como mariposas en el tubo digestivo. Así es, Cayetano.
EliminarUn abrazo.
Los primeros amores jamás se olvidan.Bonito poema.Saludos
ResponderEliminarMuchas gracias, Charo. En mi caso fue primero y único.
EliminarUn abrazo.
Cuánta dulzura en esos amores tempranos. Más aún en nuestra época. bello homenaje a esos años idos. Saludos.
ResponderEliminarVeo que has captado que no se trata de algo exclusivo, sino del tono general de nuestra época. Hoy creo que tuvimos más suerte que vivir la voluntad absoluta. Muchas gracias, Rosa María.
EliminarUn abrazo.