22 junio 2010

DE LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD

Si hay algo común a la totalidad del género humano, eso es la búsqueda de la felicidad. Cierto que cada quien la busca a su manera y por procedimientos muy diferentes, pero sin distinción de clases, etnias ni credos, todos ponemos nuestra meta en el difícil objetivo de alcanzar la felicidad. Y digo del alcanzarla, porque la felicidad, tan escurridiza ella, es un grado de satisfacción perfecta que siempre está fuera del alcance de nuestra mano, aunque a veces parezca que la rozamos.

Unos buscamos la felicidad en la complacencia de la posesión de los bienes, otros en la plácida observancia de la naturaleza, muchos en la música, casi todos en la salud, algunos en el gusto por el conocimiento, en los placeres, en el juego, en el deporte… Pero todas estas metas sólo proporcionan una satisfacción momentánea y perecedera. El montañero no le pone límites al esfuerzo por alcanzar la cima, pero una vez con quistada recuerda las otras muchas cotas aún no conseguidas o la ruta más escarpada y dificultosa. Algo similar a lo que le sucede al viajero, para quien el destino logrado no representa sino que el acicate para una nueva aventura; o el deportista que, tras obtener el triunfo se siente impulsado para batir su propio record. Aún es más frustrante poner la meta de la felicidad en el dinero y en el poder sobre los bienes materiales, los cuales nunca llegan a saciar del todo.

¿Cómo es posible -me pregunto- que familias tan numerosas y con tan pocos medios como las que existen en el paupérrimo tercer mundo puedan ser felices, contando con tan poco y viviendo como a la espera del tiempo, con una corta esperanza de vida y teniendo que realizar unos esfuerzos terribles simplemente para beber agua potable? La felicidad no la proporcionan las cosas materiales o las metas terrenas, sino sólo lo trascendente. Todo aquel que es incapaz de trascender de sí mismo y poner al otro como su meta no llegará a conocer la felicidad. El ejemplo más cercano es el de la madre. A la madre no le importan los sacrificios ni el reconocimiento que vaya a alcanzar por el mismo; su meta, su objetivo es la entrega desmedida por su hijo sin importarle el esfuerzo. ¿Alguien pude explicarse cómo misioneros y voluntarios pueden vivir en continuo estado de satisfacción en esos lugares tan recónditos, sometidos a los rigores de un clima adverso, a una alimentación de carencias y supervivencia, y estar llenos de proyectos a favor de los más desfavorecidos?

Sin duda alguna, la felicidad es el amor. Y el amor no está en la espera de recibirlo, sino en la generosidad de entregarlo. El mundo sería perfecto si nos amáramos uno a otros como nos gustaría ser amados: compartiendo, poniendo la vida a la disposición del otro.

1 comentario:

  1. Yo por ejemplo busco la felcidad en el sexo.
    Saludos desde "La línea del encanto".
    Nova.

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