No
es fácil, Señor.
No
es fácil entender el por qué de las cosas,
tan
duras de digerir como de asimilar.
A
veces, un agente atmosférico,
una
tormenta, un rayo concreto da en la diana
y
le parte el alma a una criatura;
otras
es una tromba de agua que se lo lleva
con
los pies por delante;
o
un incendio que le cierra el cerco.
¿Por
qué un huracán, una galerna, una borrasca,
lleva
su guadaña por delante segando vidas inocentes?
¿Acaso
pagando culpas ajenas?
¿Por
qué, Señor, si tú eres el Padre común,
unos
comen en ricos manteles
y
otros han de conformarse con secas migajas
en
el sucio cuenco de sus sucias manos?
Dame,
Señor, el entendimiento que no poseo
para
seguir pensando que todo lo haces bien,
que
tus caminos no son nuestros caminos;
pero
que acabaremos todos en tu confluencia.
Cuando
llego, Señor, a esta encrucijada,
cuando
me faltan tus respuestas
y
mis razonamientos no alcanzan a ver la luz,
sino
escasamente a formularme preguntas
que
acaban por inquietarme,
no
me queda otra salida que pedirte:
Padre,
ayúdame a darte el consentimiento,
a
pedirte y a implorarte
que
Tú seas Dios conmigo,
para
que yo pueda responderte,
tanto
en mi fortuna como en mi desgracia:
¡Bendito
sea el nombre del Señor!