Y cuando me dicen:
“no los representas”, me percato
que ha cruzado la escena la comicidad
haciendo una carantoña,
tal vez un exceso de maquillaje,
una interpretación inadecuada,
quizás achacable a la indumentaria y la tramoya.
El ojo ha perdido agudeza,
la marcha ha enterrado las prisas,
el cabello es un bello vestigio,
los recuerdos dormitan plácidamente
en el móvil olvido,
y la dentadura, gracias a las tecnologías,
sigue siendo eficaz, alineada e impoluta.
Ya no es posible romper el techo de lo novedoso,
que estalle el cristal de lo innovador
y deje a todos boquiabiertos,
salvo algún requiebro añejo
con ansias de remozarse y permanecer al día.
Asumido el pretérito imperfecto,
cargado con la mochila del presente efímero
y a la espera de la resolución del futuro:
¡Quién dijo miedo!




















