Estabas de espalda,
te sorprendí desnuda
y mis ojos se nublaron de belleza
corriendo un tupido velo
de borracha mirada.
Era ya pleno día
y la luz sintió feroz competencia,
a sabiendas que su escalada
se alejaba hacia la vertical
y dejaría de contemplarte.
Ante mis ojos la beldad soñada,
la sed sempiterna, ahora acelerada,
y la incapacidad de cambiar
el sol por la luna y acunarme
en el lecho de tus curvas una noche eterna.
Resaca. Mareo ante tus sinuosidades
y desfallecimiento ocular precipitado
hacia el barranco de lo inaudito.
Cuando quise darme cuenta
había sido arrollado por el vértigo
y ya no eras ni siquiera sombras,
sino el bostezo de un desvanecimiento.
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