Señor, tú nos diste ejemplos
muy varios de dolencias y carencias,
en ti estaba el vértigo
por los padecimientos ajenos,
no te limitaste a adoctrinar con verbos,
ni hablaste jamás en barbecho
con adjetivos ni subjuntivos.
Hoy son muchos quienes imitan tu voz,
pero se olvidan de los gestos piadosos,
quienes pronuncian tu nombre en vano
y crean la suntuosidad de un club exclusivo
en el que está reservado el derecho de admisión,
ponen fronteras, levantan muros de espinos,
y se enaltecen con fórmulas vacías
con las que celebrarte en selecta intimidad.
A la servidumbre
le han puesto nombre de mujer,
a los extranjeros, según sus bienes,
árabes o moros de mierda y sudacas,
al huérfano total ignorancia
y a la viuda el trabajo servil y barato
que a todos complace. Y yo, Señor,
yo no soy mejor que ellos.
Dime, Señor, en tales condiciones,
de dispendio lumínico, comilonas y compras,
volviendo la cara a quien nos necesita,
¿verdaderamente vas a nacer de nuevo
entre tanta canalla y tal derroche esta Navidad?
¡Misericordia, Dios mío, que me refugio en ti!

No te preocupes, Paco, que, visto lo visto, no creo que repita la experiencia de venir este mundo tan puñetero.
ResponderEliminarEl problema, Cayetano, es que sigue siendo igualmente necesario ayer como hoy, porque escuchamos como el que oye llover.
EliminarUn abrazo.