Esta alegría efímera no durará;
esta agitación de bombos que giran,
de alambres que se colman
de números al azar,
sin la menor interconexión conmigo,
o que ni siquiera pasan rozando el larguero,
a pesar de la euforia que ponen
las voces infantiles…
Mero confeti de una fiesta
que, nacida en la estricta humildad,
hemos convertido
en luminaria del dispendio:
gritar, cantar, comer y beber
hasta extrapolar los límites del decoro,
una inversión fallida
que todavía descose más
el roto sin remedio del bolsillo,
que difícilmente tendrá compostura.
Esta ilusión sobre cimientos de humo
acabará deglutida por nubes deshilachadas,
como sombras derramadas por doquier,
como livianos castillo de naipes
sustentado por la brisa
que sueñan, vuelan y desaparecen.

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