En la mesita de noche,
la radio con la que sobresaltarme
o musicalizar los entresueño,
las gafas, un lápiz y papel
donde fijar las urgencias
y ocurrencias volátiles,
en lugar de usar las inquietudes
y los desvelos de la agitación
y ponerle una zancadilla al sueño.
Me sobra noche para dormir
y me falta reposo rehabilitador,
en la densa nebulosa de la madrugada.
La luz del amanecer es el lienzo
sobre el que bosquejo el nuevo día,
y, “aunque el hombre propone
y Dios dispone”,
con frecuencia doy en la diana.
Los días, todos singulares,
-ninguno idéntico-
una partitura en blanco
sobre la que dibujar tonos y semitonos,
los proyectos y cadencias
con los que afrontar el nuevo día.
El nuevo día:
una caligrafía por escribir
con inequívocos rasgos del pasado
y algún posible guiño o sobresalto.

Asumo todo. Hoy, a las cinco de la madrugada ya no podía dormir más. Esta noche he tenido suerte: seis horas.
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