Un puente, un hilvanado
entre el día oficial, el vano y otro festivo,
una barandilla que comunica la fiesta
con la escapada de sí mismo,
-de todas todas-
por los vericuetos de lo inmediato
y lo apresurado sin tiempo que perder.
Lo importante es huir del presente,
bajar por la escalera de emergencias
en busca de lo placentero
al sótano de nuestro día a día;
es dibujar una pausa sin apearnos del frenesí,
cada quien acomodado a su bolsillo
o a su posible endeudamiento.
Aunque la vida se ponga en riesgo
no bajará el telón hasta el último día;
a fin de cuentas, la muerte,
-tan natural ella-
siempre ha de llegar en el último día,
y, cuando acontezca, violenta o no,
será porque estaba escrito
y que nos quiten lo bailado.
Hay que vivir de prisa, sin pérdida de tiempo,
haciendo uso de cada resquicio
y hasta mezclando churras con merinas:
una amalgama para disfrutar urgencias,
a cualquier precio, con o sin riesgo.
Y si acaso la vida descarrila,
arrollado entre chatarras y gasolina,
será el sino que quiso adelantarnos el reloj.

Entonces, mejor vacaciones pagadas que puente.
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