Aquellos pantalones cortos,
aquellas rodillas heridas
de rodar por los suelos,
aquella infancia de juegos y escuela.
El alma infantil que perdura
y rejuvenece acariciando los recuerdos,
el niño que soñaba con el mañana
y ese hoy que no se corresponde con el diseño.
La pequeña ventana a pleno sur,
oteando por encima de los tejados,
y el azul del mar hiriendo las retinas,
por cuyas rendijas se filtraban los sueños
envueltos en susurros acariciadores.
Como la mar, todo remoto, muy remoto,
y la seducción es flechazo que pervive
y prende la mecha de los hechizos,
para inmortalizar lo que perdura y enfrenta
aquella luz radiante, dichosa y cegadora,
con las mortecinas sombras del declive.

Yo, ultimamente, si me miro al espejo, veo a un abuelo.
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