En el parque, un torbellino alado,
una revolución de plumas,
una fiesta entre gorjeo y zureo
que a veces aturde
y siempre complace;
también vuelos urgidos y entrecruzados,
causados por el apetito
al adivinar el pan.
Ellas identifican a la anciana del canasto,
quizás por su gesto generoso,
tal vez por la puntualidad
o por una capacidad olfativa ignota
que no han registrados los anales
ni tampoco interesa a la inteligencia artificial.
Les da con generosidad,
con el desprendimiento
de quien sabe partir y compartir;
entonces lo anodino se hace fiesta,
bullicio, algarabía que sacia.
Unas calle más allá,
una concentración ordenada hace cola;
el pan es una llamada que siempre,
siempre, siempre,
encuentra eco confortable que no empacha:
una fiesta que complace y satisface
las urgencias diarias
del hambre en el hombre.

El pan " es una llamada siempre", en efecto. En el parque Amate, cerca del barrio de los pajaritos, junto a Santa Aurelia, había gente que daba de comer a las palomas ( poner aquí la canción de Serrat), cuando alguna de ellas, confiada, se acercaba a picotear, una mano la cogía del cogote, le daba un golpe seco contra el suelo y... a la bolsa de plástico del Corte Inglés.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.