El curso de la vida se ha llevado a Miguel Delibes, un gran hombre que quiso ser sencillo. Un periodista y narrador que, a pesar de sus muchos reconocimientos, se caracterizó por la discreción y humildad, frente a la postura campanuda de otros autores de su época. Ha llegado para él la hoja roja de su librillo vivencial y, cuando la tenía a la vista, ha puesto como condición al boato de su óbito seguir eternamente unido a su esposa, de quien no quiere que le separe ni la muerte. Un hombre fiel a su terruño natal y al medio; fiel a su único periódico, El Norte de Castilla; fiel a su única novia, Ángeles; fiel a sus amigos, a la caza y a su compromiso para novelar la vida desapercibida de las cosas sencillas.
Con David el Mochuelo nos descubrió el camino de la vida de un zagal que, como tantos, sale de su medio rural a la ciudad, y con Azarías puso el foco de ternura en los excluidos, otorgándoles categoría humana a aquellos que nada cuentan para la sociedad. Ha sido Miguel un hereje que ha recibido con todo estoicismo la inminencia de la muerte, la ha mirado a los ojos y se ha preparado para el encuentro definitivo con el Padre, con la misma sencillez y humildad que fueron el norte de sus días. Seguramente llevará Carmen Sotillo al menos cinco horas llorando su muerte: a sus lectores nos queda el consuelo eterno de su obra. Descanse en paz.
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