El hombre siempre se ha fascinado ante la destreza de sus contemporáneos, de los elegidos que están preparados para ejecutar acciones espectaculares que sólo una minoría es capaz de lograr; como consecuencia de ello, los dirigentes políticos se han preocupado de darles el entretenimiento que les mantuviera distraídos e incluso apartados de las maniobras del poder. De esto que digo está jalonada la historia, si bien con procedimientos diferentes en cada época, pero con el mismo objetivo. Así, en el imperio romano ocurría con el circo (panem et circenses), en el Barroco con el teatro, en el siglo XIX y hasta mediados del siglo XX con los toros (pan y toros), y desde entonces con el fútbol (pan y fútbol).
Dice el refrán que con pan y vino se anda el camino. El pan es sin duda la constante, pero no la única necesidad del hombre; siempre se requiere algo más que complemente a la primaria subsistencia. Ya Juveanl en su Sátira X nos describe la costumbre de los emperadores romanos de regalar trigo y entradas para los juegos circenses (de donde nace el tópico de pan y…); fuente de inspiración para que los futuros gobernantes hicieran lo propio con las diversiones que en cada momento ha gozado de la predilección del público, y así favorecieran el entretenimiento masivo del pueblo, consiguiendo con ello su alienación y desentendimiento de todo aquello que para él deciden otros. En este mismo sentido, circuló desde 1793 un panfleto atribuido a Jovellanos, aunque su autor parece que fue León de Arroyal, que con el título de Oración apologética en defensa del estado de España, decía: “Haya pan y haya toros, y más que no haya otra cosa, pan y toros pide el pueblo…”
Todo comenzó en España a finales del siglo XIX, como influencia de la colonia inglesa que explotaba la minería onubense: ya un largo siglo de implantación hasta encaramarse como el espectáculo por antonomasia de todos cuantos existen. Espectáculo sí, lo que naciera como deporte ha mutado a verdadero espectáculo y ha dejado el carácter deportivo para las categorías infantiles y juveniles, y para aquellos nostálgicos que quisieron y no pudieron, aquellos que aún siguen soñando con la gloria no alcanzada después de los cuarenta. ¿Qué es lo que tiene el fútbol que a tantos apasiona?
De aquel espacio de ocio y ejercicio de antaño, de los domingos de carrusel, arropado por las quinielas y también por la radio y la prensa deportiva -la cual dedica el 80% de su contenido al fútbol-, la llegada de la televisión significaría un impulso inusitado del espectáculo, hasta encaramarse como el verdadero sostén económico, junto a la publicidad y el merchandising. Así es como hemos llegado a las retrasmisiones por televisión los siete días de la semana.
Habría que preguntar a cada persona qué es lo que le atrae del fútbol, aunque no todos supieran contestar a esa pregunta. Que es un espectáculo no cabe dudas, y que como tal no siempre alcanza las mismas cotas de belleza muchísimo más. En mi opinión, el verdadero aficionado al fútbol debiera disfrutar y aplaudir con las buenas jugadas de cualquier jugador, en cambio sólo aplaude y disfruta aquellas que ejecuta el equipo de sus amores, lo que deja al descubierto que por encima de la belleza de lo que se ve, está la pasión por lo que hemos hecho propio. Por tanto, el fútbol tiene mucho de filiación local o adoptada como tal, de patrioterismo, de orgullo colectivo y hasta de catarsis.
Los años me han desapasionado, pero sigue en mí latente la llama por mis colores y las alegrías que me proporcionan los adversarios cuando pierden. Sé que eso es contradictorio con la conducta que en general quiero imprimir a mi vida, pero todavía no he logrado resolverla. Y aunque no todos lo confiesan, es muy general ese sentimiento doble de filo/fobia. Algo que también resulta muy curioso es cómo algunas personas que presumen de inteligencia, tachan de ignorancia a los aficionados como si el espectáculo te inmunizara para cualquier actividad intelectual. Conozco a muchas personas que cuentan con una larga lista de publicaciones y trabajos sesudos, personas letradas cuyos nombres omito, quienes se apasionan con el equipo de sus amores sin dejar de lado su actividad científica. Dice Cervantes en El Quijote: “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Ejemplo de ello puede ser Jorge Valdano, a quien el fútbol profesional le ha dejado mucho tiempo para leer, y bien que lo ha aprovechado.
Los que ya tenemos unos añitos venimos de una tradición en la que nos daban aquello que teníamos que tomar, pero en la actualidad, la oferta es tan desbordante, que la programación televisiva de fútbol a diario es sólo una varilla más del abanico de las ofertas: tómela quien guste. Por mi parte, ni siquiera me planteo el jamón ibérico a diario, aunque tal vez sea por otros motivos y no por la cotidianidad.
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